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A PROPÓSITO DEL MARTES SANTO

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Por Padre Alberto Reyes (Especial para El Vigía de Cuba)

Evangelio: Juan 13, 21-33.36-38

Camaguey.- El Evangelio de hoy es aparentemente desolador. Después de tres años dedicados totalmente a los discípulos, Jesús es consciente de que uno de ellos lo va a traicionar; otro, que para colmo es el líder, lo va a negar rotundamente, y el resto lo va a abandonar en el momento más duro. ¿Ha valido la pena tanto esfuerzo, tanta entrega, tanto sacrificio? Vienen a la mente las palabras del profeta Isaías: «En vano me he cansado. Inútilmente he gastado mis fuerzas».

A veces nos pasa. Hemos amado hasta el límite, nos hemos sacrificado, hemos hecho nuestros los problemas de otros, nos hemos desgastado aconsejando, acompañando, ayudando… y por momentos nos da la impresión de que hemos estado arando en el mar, y que hemos dado lo mejor de nosotros mismos por nada. A veces nos puede parecer que nada ha valido la pena.

Ante esta experiencia, podemos desanimarnos, rendirnos y «tirar la toalla», o podemos asumir que el amor no admite cálculos, que toda entrega tiene valor en sí misma, que si bien es lícito desear una buena cosecha, lo único que está en nuestras manos es tirar la semilla, una semilla que puede demorar mucho en fructificar.

Porque si bien el panorama de la Última Cena fue desolador, no podemos olvidar lo que sucedió después: Judas se arrepintió, a tal extremo que llegó a desesperarse; de hecho, si no se hubiera desesperado, hoy estaríamos hablando de San Judas Iscariote; Pedro lloró, y se repuso, y se convirtió en el líder necesario de la Iglesia naciente, y terminó aceptando morir en cruz por su Señor; y los apóstoles renacieron desde su miedo, y entregaron su vida al Evangelio, y sembraron el germen de una fe que sigue dando frutos hoy.
Por eso el profeta Isaías, después de sus palabras de desconsuelo, añade: «En realidad, mi causa estaba en manos del Señor, mi recompensa la tenía mi Dios».

Tal vez incluso nosotros mismos podamos recordar algo recibido que, aparentemente, fue en vano para el que nos lo dio: un consejo, una frase, un gesto, un regaño… que sin grandes aspavientos nos cambió por dentro, y sembró en nosotros un germen de vida del cual nos seguimos alimentando hoy. Un don recibido que puede que el que nos lo entregó ni siquiera recuerde el momento en que puso esa semilla en nuestra alma.

No, el amor no admite cálculos: la entrega a los hijos, la dedicación al trabajo, el servicio al necesitado, los sacrificios por la fe, la disponibilidad para los amigos, el compromiso con una causa justa nada de eso se puede hacer contabilizando una posible cosecha, porque incluso la cosecha puede llegar cuando ya nosotros no estemos.

El corazón se ofrece, con la firme esperanza de que, lo que se siembra con cariño, tarde o temprano, de algún modo, florece.

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