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Por P. Alberto Reyes Pías ()
Evangelio: Lucas 13, 1-9
Camagüey.- Hace unos meses me regalaron un adenio. Me dijeron que era de flores blancas. Lo puse en el sitio donde mejor me pareció, pero el adenio, de entrada, no parecía prosperar, y luego, comenzó a dar síntomas de que iba a morir.
Buscando una solución, le renové la tierra y lo cambié de sitio. Nada más, no hice nada más y, sin embargo, en días, el adenio empezó a mejorar, comenzó a cambiar, y un tiempo después, inesperadamente, floreció.
Cristo insiste en el evangelio de hoy en la conversión que lleva a dar frutos, en esa capacidad única del
ser humano de hacer cambios en la vida que hagan más fácil la elección del bien.
Creo que hay áreas en las que a todos nos cuesta hacer cambios, incluso sabiendo que esos cambios son el camino para un bien mayor, y solemos preguntarnos por qué no tenemos voluntad para lograrlo.
Tal vez la clave no esté tanto en nuestra voluntad sino en lo que puede ayudar a nuestra voluntad o lo que, sencillamente, la bloquea.
Ningún ser humano es inmune al ambiente que lo rodea, y creo que habría que pensar en cómo están incidiendo en nuestra vida los lugares que frecuentamos, las personas de las que nos rodeamos, las normas que hemos decidido adoptar, los hábitos que mantenemos…
A veces he conocido casos, por poner un ejemplo, en el cual una persona ha decidido perdonar, o solucionar un conflicto de modo amigable, o no aprovecharse de una situación determinada.
Y luego de hablar con otra persona regresa hecha una furia, con el hacha en la mano, hablando de justicia, de derechos, de no pasar por estúpida… y donde había paz, estalla una guerra que parece eterna.
Afortunadamente, también sucede lo contrario, y a veces basta una conversación, o cambiar mínimamente un hábito, o dejar de frecuentar ciertos ambientes, o incluso mudarse de sitio o cambiar de trabajo, para que se destrabe lo que no permitía fluir al bien, para que, como mi adenio, la persona prospere y le sea más fácil florecer.
Dios, como dice la parábola, seguirá teniendo paciencia, seguirá intentando “remover la tierra” a nuestro alrededor, seguirá haciendo que lleguen a nuestra vida los abonos necesarios.
Pero Dios no puede hacer los cambios internos, ha decidido respetar nuestra libertad y no hará nada para forzarnos a dar fruto.
Como decía San Agustín, “el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, sólo que tal vez tengamos que revisar si donde estamos, si las personas que estamos eligiendo como cercanas, si el entorno que nos estamos construyendo, nos ayuda a prosperar y a florecer, o no deja de darnos síntomas de que algo importante está muriendo dentro de nosotros.