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Por P. Alberto Reyes Pías
Evangelio: Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Camagüey.- Lo queramos o no, vivimos lidiando con ataduras o, al menos, con muchas cuerdas que intentan engancharnos, una y otra vez: la opinión de los demás sobre nuestros actos, decisiones o criterios; el miedo al rechazo, a la desvalorización, a la burla; el poder que otorga el tener, los gustos no sanos a los que nos resistimos a renunciar, la mirada recurrente a errores del pasado, la ansiedad provocada por la incertidumbre
del futuro…
Cuando Cristo dice que ha venido a dar la “libertad a los prisioneros” utiliza un término que significa, literalmente, “liberar de todo lo que impide correr con soltura”, y esto nos da una perspectiva distinta, porque muchas veces nuestro problema no está en situaciones que nos bloquean la vida sino, precisamente, en ataduras que no nos impiden caminar, pero que nos restan “soltura”.
Y aquí está, precisamente, la trampa: no nos sentirnos a gusto, actuamos con temor e inseguridad, nos sabemos presa de manipulaciones, de chantajes afectivos…, pero caminamos, mientras nos decimos que, lo que sentimos, son “gajes del oficio”, “cosas de la vida”, cosas… “normales”, para no reconocer que son cadenas, que somos rehenes, prisioneros.
No podemos abrazar a otra persona si nos separa de ella una pared. Podemos, sin embargo, abrazarla cuando nos separa de ella una sábana, y podemos decirnos que es, de hecho, un abrazo, que obviamente no es pleno, que no deja de ser un poco incómodo, pero que “así es la vida”, mientras tal vez, si somos honestos, no dejamos de sentir una voz interior que nos dice: “¿En serio?, ¿en serio no te molesta vivir pendiente de los criterios de los demás sobre ti?, ¿en serio no te molesta sentirte manipulado cuando calculas tus respuestas para no desentonar?, ¿en serio no te importan tus cadenas?, ¿en serio creer que esto es ‘normal’?”
Porque sabemos que no lo es, que en el fondo quisiéramos sentirnos más libres: libres de máscaras, de miedos, de rencores, de egoísmos, de cubrir expectativas de otros, de pecados a veces inconfesables…
Ante esto, se nos ofrece la palabra de Cristo en el Evangelio de hoy: “Yo vengo… vengo a ofrecerte que camines conmigo para, poco a poco, en un proceso que es lento, vayas siendo capaz de ‘caminar con soltura’, vayas encontrando la fuerza para ir cortando tus cadenas”.
La libertad interior no es un camino fácil, ni rápido, ni exento de incomodidad, y tampoco es un camino que se hace desde conceptos teóricos. Es un camino que se hace desde la relación con Aquel que te dice “yo estoy contigo”, “levántate y anda”, “tus pecados te son perdonados”; desde la relación con Aquel que vive enraizado en la fidelidad al Dios Padre, que es capaz de alzar su voz para defender lo correcto, y de tender la mano a “publicanos y pecadores” ante la mirada escandalizada de los que lo juzgan; la relación con Aquel que es capaz de morir diciendo “perdónalos, porque no saben lo que hacen”, con la serenidad de que “todo se ha cumplido” y confiando a Dios su espíritu.