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Por P. Alberto Reyes Pías (Especial para El Vigía de Cuba)
Evangelio: Lucas 9, 28-36
Camagüey.- La historia de Dios con los seres humanos es una historia de amor que no seremos capaces de entender nunca en su totalidad. Nuestro amor, en mayor o menor medida, siempre estará contaminado por la falta de gratuidad.
Como seres humanos, podemos llegar a un grado de entrega admirable, pero siempre habrá al menos un resquicio inevitable de búsqueda de uno mismo.
El amor de Dios es diferente, es totalmente gratuito. Esto no significa que Dios sea indiferente a nuestra
respuesta, sino que, a la hora de entregarse, se coloca en una postura de donación que será un sí, con independencia de nuestras respuestas.
Dios no nos creó por necesidad sino por amor, por ofrecer a otros seres su gozo, su plenitud, y cuando los seres que creó le dimos la espalda, en vez de desentenderse, nos tendió la mano, vino a nosotros y se entregó por nosotros.
En la primera lectura de este domingo se nos relata el compromiso que Dios hace con Abraham, la promesa del pueblo al que un día vendría. Y el texto relata el ritual de los antiguos pueblos de Mesopotamia, que estipulaban para los actos solemnes descuartizar un animal (buey, cabrito u oveja), entre cuyos pedazos debían pasar los que se comprometían en el pacto mientras decían: “Si traiciono el pacto, que me hagan pedazos como a este animal”.
Curiosamente, Abraham no pasa. Sólo pasa Dios, porque su amor es incondicional.
Y esta lectura, que es un pacto de fidelidad, se une con el Evangelio de la Transfiguración, en el cual el evangelista Lucas nos dice el motivo por el cual Jesús subió al monte: a orar, a escrutar la voluntad del Padre.
Jesús es verdadero Dios, pero también verdadero hombre, y en cuanto hombre, vivió sujeto al tiempo,entendiendo paso a paso los designios del Padre.
La Transfiguración es el momento en el cual Jesús tiene la certeza de que el camino de salvación del ser
humano pasa por su muerte en cruz, pasa por una entrega sufriente. La Transfiguración es la confirmación de la fidelidad del amor del Padre a la humanidad.
Y ser conscientes de esta fidelidad es importante, entre otras cosas, por dos motivos. El primero, por la
certeza de un Dios que no abandona, de un Dios que ha prometido estar y que, aunque siguiendo su propia lógica, a veces se esconda y nos niegue su experiencia sensible, sabemos que nunca se va. Es el Dios al cual, incluso en losmomentos más inciertos y oscuros, podemos decirle, con seguridad: “Yo sé que tú estás”.
Y lo segundo, por la certeza de que nunca seremos rechazados. Podremos abandonarlo, volvernos contra él, obrar en contra de su Evangelio, pero aún así sabremos siempre que, el día en que decidamos volver, él estará ahí, y no mirará el mal que hayamos hecho, sino la decisión de volver de la muerte a la vida, de la lejanía al reencuentro.