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A PROPÓSITO DEL I DOMINGO DE ADVIENTO

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Por P. ALberto Reyes Pías ()

Evangelio: Lucas 21, 25-28.34-36

Camagüey.- Estamos frente a un evangelio complejo, porque utiliza un lenguaje que no es familiar a nuestro tiempo.

Empieza el evangelio describiendo una situación de caos, el caos que produce el mal, tanto el mal social que nos rodea y ante el cual, muchas veces, nos sentimos impotentes, como el mal interior que también, muchas veces, nos sentimos incapaces de manejar.

Ese caos produce temor, inseguridad y, sobre todo, desánimo: ¿es que este mundo será siempre así?, ¿es que mi vida estará siempre marcada por estas fuerzas internas que no logro manejar?

Ante esta situación, la respuesta de Jesús es la propuesta de una nueva creación, la invitación a confiar en la presencia y el poder del “Hijo del hombre”, que es el único que puede hacer nacer un mundo nuevo, y el único que puede hacer que nos reconstruyamos como personas. Es un canto a la esperanza y a la confianza: “Levanten la cabeza”, nos dice, es decir, crean, confíen, no se rindan ni al miedo ni al desaliento.

Porque el problema no es la presencia del mal en el mundo, el problema no es tampoco cuán fuerte o persistente puedan ser nuestras situaciones internas de infidelidad o pecado. El problema es dejar de “levantar la cabeza”, el problema es dejar que nuestra mirada se nos enturbie por el dolor, los problemas, las decepciones, los fracasos… y lleguemos a creer que ellas tienen y tendrán la última palabra. Y no es así, porque no existe caos del cual Dios no pueda sacar un mundo nuevo, una realidad diferente.

Un mundo nuevo que no nace de una intervención milagrosa y espectacular, sino que empieza cuando decidimos caminar en el nombre del Señor, cuando somos capaces de decir: “Ven, Señor Jesús”.

Esto es el Adviento, que ante las fuerzas del mal, que parecen siempre llevar las de ganar, elegimos la alternativa de caminar, simplemente caminar, en el nombre del Señor, viviendo un día a la vez y tratando en ese día a la vez de ir deshaciendo el mal en este mundo y en nuestro interior.

Lo contrario es el desaliento y la fuga, es decir, la búsqueda de soluciones falsas, de experiencias que nos “droguen” para poder ir por la vida sin enfrentar el mal, anestesiados para dejar de luchar. Por eso el Señor advierte de que “los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan la mente”, porque ignorar la existencia del mal para evadir nuestra lucha en su contra, es entrar en una trampa que impide el Adviento, impide salir al encuentro del Señor, de un Dios que viene siempre, pero que pide ser acogido.

De ahí la importancia de la oración, del diálogo vital con el Señor, lo cual permitirá “escapar de lo que va a suceder”, es decir, nos ayudará a ver la realidad con los ojos de Dios, impidiéndonos ser víctimas del miedo y siendo capaces de captar en cada evento (feliz, triste e incluso trágico) el paso del Señor que viene para hacernos madurar y crecer, el Señor que nos pide siempre sacar de nosotros mismos lo mejor.

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