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A PROPÓSITO DEL DOMINGO DE RAMOS

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Por P. Alberto Reyes Pías

Evangelio: Lucas 19, 28-40 / Lucas 22, 14-23.56

Camagüey.- Las cruces, con o sin el Cristo, son parte de nuestro entorno. Las colgamos al cuello, las colocamos en las casas, presiden nuestros templos. ¿Por qué? Porque la cruz nos habla de una elección de vida: la del don de sí mismo. Cada cruz es un recuerdo de que Alguien lo donó todo por nosotros, y es a la vez la invitación a que ese espíritu de donación sea el punto de referencia de todas nuestras decisiones.

Bajo esta perspectiva, cada Semana Santa es como un resumen de la vida: de los años, de los meses, de los días… Sabemos que ni la pasión, ni la cruz, ni la muerte son el final, sabemos que siempre, de un modo o de otro, entraremos en la resurrección, pero nunca sin la pasión, nunca sin la cruz, nunca sin morir a lo que frena o impide vivir en clave de ofrenda, de don, de bendición.

Elegir caminar por la vida siendo un don es, sin dudas, hermoso, pero es una opción que tiene que lidiar continuamente con obstáculos que nos empujan una y otra vez a preguntarnos si ese modo de construir
la existencia vale la pena.

Quien, por fidelidad al Evangelio, decida disponerse para los demás, debe saber que, en momentos
cruciales, podrá quedarse solo, ser traicionado por alguien cercano, sufrir el rechazo, incluso de su propia familia, y lo que es peor, sentirse abandonado por Dios, y llegar incluso a preguntarse si han valido la pena los sufrimientos asumidos por hacer el bien a otros, cuando todo parece haber sido en vano.

Seguir el camino elegido

Sin embargo, es precisamente la posibilidad del abandono y de la sensación de fracaso donde podemos encontrar el motivo para elegir vivir en clave de don, y es la decisión de vivir así porque queremos que eso sea lo que nos defina, porque es allí donde nuestros días encuentran sentido, más allá de las respuestas que podamos recibir. Es mirar cómo queremos ser y no cómo pueden ser las respuestas de los demás.

Obviamente, nunca seremos insensibles al rechazo ni a la soledad, nunca dejarán de doler la traición o el abandono, nunca dejará de ser cuesta arriba el momento en que nos envuelva la sensación de que Dios se ha vuelto silente o de que no ha valido la pena nuestra entrega. No se trata de negar nuestros sentimientos.

Se trata de seguir el camino elegido a pesar de ellos, se trata de darnos cuenta de que, al final, lo que nos define es lo que elegimos vivir, y no el modo en que otros reaccionen ante lo que hemos elegido.

Los demás podrán aclamarnos como reyes o condenarnos a la crucifixión, pero lo importante será
siempre poder poner la cabeza en la almohada, cada noche, y mirando el bien hecho y elegido, poder descansar en el Padre y decirle: “Todo se ha cumplido, hoy todo se ha cumplido”.

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