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Por P. Alberto Reyes Pías ()
Evangelio: Juan 20, 19-23
Camagüey.- Ya sabemos la identidad del Espíritu Santo: es el amor que existe entre el Padre y el Hijo, que es tan fuerte, que se constituye en una tercera persona.
Por tanto, la fiesta de Pentecostés es la celebración del amor de Dios, y es la gran invitación a vivir entre nosotros desde el amor.
¿Cómo se expresa esa “vida desde el amor”? Con actos, con conductas, con comportamientos
concretos. Amar es escuchar, cuidar, tratar bien, acompañar, ayudar, estar disponible cuando el otro lo necesita… Es la búsqueda del bien común, es la renuncia a la imposición, al maltrato, a la indiferencia.
Y todo esto podríamos resumirlo en la expresión “voluntad de comunión”, porque nuestros afectos vienen y van, y no siempre lo que sentimos nos impulsa a elegir el bien. Si queremos vivir abiertos a la acción
del Espíritu Santo es necesario proponerse esa elección, de modo que nuestra mirada, puesta en el bien, nos ayude a atravesar nuestros cansancios, nuestros “momentos malos” y nuestros “días terribles”, una elección que nos haga pasar por encima de nuestras heridas, de nuestros miedos, de nuestras iras, incluso de aquellas que son totalmente comprensibles.
Y esta voluntad de comunión, es para vivirla primeramente nosotros, pero es también algo para enseñar. Enseñarlo a los pequeños, para que crezcan con la sensibilidad de la “comunión”, de la búsqueda del bien mayor para todos. Que crezcan reconociendo la presencia del otro como alguien a quien cuidar, a quien ayudar, alguien a quien tener en cuenta.
Pero también enseñarlo a aquellos que no tienen esta sensibilidad, porque hay personas que han crecido en un ambiente que ha normalizado el maltrato, el abuso de poder, la indiferencia para con todo lo que no tenga que ver con ellos mismos. Son personas para las cuales el mundo “soy yo y mis ircunstancias”, en el peor significado de esa frase.
No es válida la actitud de “paz a cualquier precio”, que nos lleva a soportarlo todo con tal de que “nadie se moleste”. No es válida la excusa de que “él, o ella, es así, y ya no hay quien los cambie”. Porque si unapersona no quiere elegir la apertura al bien, la cultura del cuidado, el espíritu de servicio, que al menos se encuentre con nuestros límite protectores que le dejen claro que no vamos a permitir ser dañados.
El Espíritu Santo es el gran compañero en el camino de la vida, aquel que viene a darnos su fuerza en medio de nuestras fragilidades, de nuestras incertidumbres, de nuestros miedos, aquel que viene a ayudarnos a que nos demos cuenta de que, lo que nos va construyendo, es el intento continuo de vivir haciendo lo posible
lo mejor posible, es la capacidad de elegir lo bueno, lo que construye, lo que hace surgir la vida en nosotros y en los otros.