Enter your email address below and subscribe to our newsletter

A PROPÓSITO DE LA FIESTA DE PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Comparte esta noticia

Por P. ALberto Reyes Pías ()

Evangelio: Lucas 2, 22-32

Camagüey.- Celebramos al Cristo que se nos ofrece como luz. Del mismo modo que en Belén el resplandor de la gloria del Señor envolvió a los pastores, y en el Oriente la estrella brilló para los Magos, así ahora, en el templo de Jerusalén, ha aparecido la luz que no sólo puede iluminar a cada persona, sino que puede convertirla en luz.

Y, de hecho, es eso lo que significa adherirse a Cristo como discípulo: no sólo caminar en la luz, sino ser uno mismo fuente de luz.

Porque cuando decidimos construir la vida desde el bien, y nos esforzamos por tratar al otro lo mejor posible, por cuidar, proteger, atender, defender… nos volvemos luz.

Cuando somos capaces de acompañar y de escuchar, y hacemos nuestro mejor esfuerzo por comprender… emitimos luz.

Cuando nos disponemos a ayudar, a colaborar, a descargar los hombros y el corazón de los otros… les estamos ofreciendo una experiencia de luz.

Cuando nos damos tiempo para escuchar y consolar, y nos volvemos ese “alguien” con quien el otro se permite abrirse y llorar… rasgamos las tinieblas y las volvemos luz.

Cuando aprendemos el arte de reprender, y desde lo mejor de nosotros mismos ofrecemos al otro la verdad en su error y el consejo en su desvío… nos volvemos, en su mar de escollos, faro de luz.

Cuando animamos al decaído, y devolvemos la esperanza al que quiere rendirse, y hacemos renacer en su corazón el deseo de dar otro paso… estamos llenando su horizonte de luz.

Cuando rezamos por el otro, y lo encomendamos al Dios omnipotente, y lo ofrecemos al Padre Eterno… estamos pidiendo para él la luz.

Sabemos que no es fácil mantener la luz. Conocemos lo frecuente del cansancio, el golpe de las heridas, el peso de nuestros propios problemas, lo escurridizo de nuestro tiempo… pero es aquí donde está nuestro reto, porque, en el fondo, es una decisión vivir como luz o vivir como tiniebla.

Y por supuesto, la luz comienza en casa, en al amanecer entre los nuestros, en la convivencia cotidiana, en esa mezcla de satisfacción y disgusto, de ilusión y desencanto, de deseos de cercanía y ansias de lejanía que constituyen la intimidad de toda familia.

Que a pesar de nuestros agobios y problemas, de nuestros tropiezos y desengaños, de nuestras propias sombras y oscuridades, seamos siempre capaces de mirar a Aquel que vino y viene a nosotros como luz, y seamos capaces de decir: “Quiero, decido, elijo, intento… vivir siendo luz”.

Deja un comentario