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Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12, I Corintios 3, 9-11. 16-17, Evangelio: Juan 2, 13-22
Por Padre Alberto Reyes ()
Camagüey.- Celebramos hoy la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, la catedral del Papa como obispo de Roma y la madre de todas las iglesias.
Empieza el mensaje de las lecturas de hoy con la visión de Ezequiel: desde el templo, mana agua, un
agua que va formando un torrente donde no sólo bulle la vida sino que produce vida allí donde llega.
¿Qué significa esa agua? Significa a toda persona que ha tenido experiencia de Dios, por eso el agua
sale del templo, del lugar privilegiado del encuentro con Dios.
Cuando una persona se deja “tocar” por Dios, no puede permanecer igual. Si realmente ha hecho experiencia de Dios, brotarán en ella la paz, la generosidad, la armonía, la comprensión, la solidaridad… en definitiva, la vida. Y será portadora de vida allí donde llegue, allí donde esté.
Pero las lecturas de hoy dan un paso más. Según San pablo, la persona que hace experiencia de Dios se convierte en templo de Dios, por tanto, ya no sólo es fuente de vida sino que se transforma también en alguien que permite a los demás experimentar a Dios, alguien que facilita a otros el encuentro con Dios, alguien que permite a otros “tocar” a Dios.
A veces hemos visto a personas “de iglesia” abandonar estrepitosamente su vida de fe, y eso puede
hacer que nos preguntemos: “¿Realmente estoy haciendo yo un camino de fe? ¿No me estaré auto
engañando?”.
La respuesta es simple. Si más allá de nuestras propias fragilidades, que son parte de la vida, nos
damos cuenta de que vamos siendo mejores personas, que el bien de los demás nos importa, que somos más generosos, más pacíficos, más capaces de sacrificarnos por el otro… Dios está haciendo camino en nosotros.
Si somos cada vez más sensibles a la voz de Dios en nuestra conciencia, y buscamos la fidelidad a su
Evangelio, sobre todo cuando solamente Dios nos ve, Dios está haciendo camino en nosotros.
Por eso es tan importante cuidar la experiencia de Dios, la relación íntima con él. El Evangelio de hoy
nos muestra la cara más airada de Jesús, y es precisamente contra aquellos que se acercan al sitio de Dios no por Dios, no para hacer experiencia de Dios sino para aprovecharse de él.
Para los mercaderes del templo, Dios no importa, lo que importa es lo que pueden ganar a su costa, y Jesús no puede aguantar esa manipulación.
La experiencia verdadera de Dios nos libera no sólo de las ataduras del entorno sino de una de las
mayores ataduras que un ser humano puede tener: la atadura a uno mismo, a su yo absorbente. La
experiencia verdadera de Dios nos hace levantar la mirada, hacia él, para reconocerlo como Dios y Señor, y hacia los demás, para abrir a ellos los brazos y el corazón, y ser eso que estamos llamados a ser: vida.