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Por Reynaldo Medina Hernández ()
La Habana.- Cerca de Ásculo, península itálica, año 279 a. C. El ejército del rey griego Pirro y tropas aliadas de tarentinos, oscos y samnitas enfrentaron a las legiones romanas del cónsul Publio Decio Mus.
Los griegos vencieron, pero fueron tantas las bajas sufridas en el campo de batalla que eran equivalentes a una costosa derrota.
Cuenta Plutarco que Pirro respondió, compungido, a alguien que lo felicitaba por la victoria: «Si vencemos a los romanos en otra batalla como esta, pereceremos sin recurso».
Teherán, Irán, junio de 2025. El ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de Irán salió del escondite donde estuvo fuera de peligro mientras su pueblo moría a consecuencia de las bombas israelíes durante la llamada guerra de los 12 días, para ¡¡¡celebrar!!!, según él, la «victoria de la República Islámica sobre Estados Unidos e Israel».
Eufórico, dijo: «la Repúbica Islámica asestó un duro golpe a Estados Unidos. Atacó y dañó la base aérea de Al-Udei» (en Catar), y afirmó que Israel está «prácticamente noqueado y aplastado». Y concluyó: «Ofrezco mis felicitaciones por la victoria sobre el falaz régimen sionista».
O este señor perdió totalmente la cabeza, o estaba bajo la influencia de fuertes estupefacientes alucinógenos, o esto ocurrió en un universo paralelo donde él vive y adonde pretende conducir a su pueblo y a los incautos de este mundo.
Porque lo que sucedió en realidad, lo que todos vimos (nadie nos lo contó), fue que el Ejército israelí neutralizó sin dificultad alguna todas las defensas antiaéreas iraníes y sus aviones volaron como Pedro por su casa sobre el cielo persa, bombardeando aquí y allá, y que aviones estadounidenses bombardearon sin que se les opusiera resistencia las plantas nucleares de Fordow, Natanz e Isfahán.
Como resultado de estas operaciones fueron dañadas severamente infraestructuras militares, energéticas y civiles; entre uno y dos tercios de sus plataformas de lanzamiento de misiles quedaron inutilizadas. Fue eliminada buena parte de los principales mandos de la jerarquía militar (entre ellos el jefe del estado mayor y segundo comandante después de Jamenei, el jefe del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria, el vicecomandante en jefe de las fuerzas armadas y el comandante de las Fuerzas Aeroespaciales, todos generales); el mismo destino sufrió un grupo selecto de científicos que trabajaban en el programa nuclear.
En total se habla de 610 muertos y casi 5000 heridos. Las cifras son aterradoras, pero las que resultarán de la brutal represión que de inmediato desataron las autoridades iraníes contra presuntos espías y colaboradores de Israel (que pagarán la incompetencia de los militares) serán mucho mayores, aunque jamás se den a conocer. También se sabe que la inteligencia israelí tenía localizado el escondite de Jamenei y lo tenían todo dispuesto para eliminarlo, pero que Trump les pidió encarecidamente que no lo hicieran.
Por su parte Israel recibió sobre su territorio 533 misiles, de los cuales impactaron 31 (1 de cada 20), el resto fue interceptado por los sistemas antimisiles (el famoso domo de hierro, que como puede apreciarse fue vulnerado, aunque mínimamente).
Se contabilizaron 28 muertos, 23 heridos graves y 11 moderados, así como algunos daños en las infraestructuras militares, energéticas y civiles.
El famoso ataque a la base estadounidense en Catar fue una payasada. Irán informó a las autoridades cataríes la fecha y la hora exactas del lanzamiento, para, está claro, ¿no?, causar el menor daño posible.
Ni un muerto, ni un herido, ni un solo avión siquiera arañado. Porque en realidad lo único que les interesaba al ayatolá y sus secuaces era que los iraníes pensaran que ellos respondieron de forma contundente, porque para poder mantenerse en el poder necesitan demostrar fortaleza, y así evitar que alguien dentro del país ose desafiarlos.
Esto fue más un acto de política doméstica que una acción de guerra, una advertencia a los opositores internos, un alarde de matón de barrio, al estilo de aquel Matasiete de la Comedia Silente dominical, en la voz del inolvidable Armando Calderón, y claro, nos recordó también las bravatas de Saddam Hussein antes de la guerra del Golfo, y a otros tantos personajes de su tipo, esos perros que ladran mucho, pero ya se sabe que no muerden, porque ni dientes tienen.
Que Alá proteja al sufrido pueblo iraní, víctima inocente de un régimen represivo y brutal que lo tiene atrapado en medio de sus mezquinos intereses y la inmisericorde brutalidad de sus enemigos históricos, porque con otra «victoria» como esa van a desaparecer como lo hizo antaño el poderoso, arrogante y también despiadado imperio persa.