Por Jorge Fernández Era
()La Habana.-
—Papi, dime una cosa: ¿cuál es la vacuna para la enfermedad infantil del izquierdismo?
—¡A que tu madre se puso a hablar contigo de cosas que no tienes por qué entender!
—Me dio algunas ideas cuando le pregunté, pero el afán de investigar me vino porque en el aula la maestra pidió pensáramos en algunas enfermedades y sus posibles remedios para una conferencia que vendrá a darnos el viernes la doctora de la familia. Me acordé del trabajo que te mandaron a hacer cuando el curso en la Escuela del Partido.
—Quién se acuerda de eso.
—Del Partido siempre hay que acordarse, papi.
—Me refiero al curso. Y no creo que sea a ese tipo de enfermedades a las que aludió tu maestra cuando les orientó investigar.
—A mami le encantó la idea. Dice que el infantilismo de izquierda es el que practican los dirigentes nuestros cada vez que se acuerdan de que pertenecen a la izquierda.
—¿Qué sabe tu mamá de eso? Hace más de cien años que Lenin se refirió a ello y lo hizo para criticar a los comunistas de izquierda. Los acusó de pretender separar a los líderes de las masas.
—Nunca a Lenin se le ha dado tanta razón. Aquí los dirigentes hacen lo que les da la gana y cada vez es más grande la distancia que los separa de nosotros.
—No sé para qué le pedí a tu mamá me revisara la ortografía de aquel trabajo práctico.
—Me dijo que te sugiriera un artículo sobre la «guapería infantil del socialismo».
—Ella y los nuevos conceptos.
—Dice que la guapería sobreviene cuando no hay principios sólidos a mano. Que si supieran a ciencia cierta cómo sacarnos de esta situación no tendrían que recurrir a frases como la que le oímos hoy a Marrero: «Estamos echando la pelea».
—En todas las sociedades los políticos necesitan de vez en cuando elevar la moral de la población. Es verdad que en la nuestra lo precisan todos los días, pues ideología y economía discurren en campos mutuamente excluyentes. Para eso no han encontrado vacunas.
—¿Ves, papi? Son estos los momentos en que me cuesta trabajo definir quién de los dos, tú o mami, está a la izquierda o a la derecha.
—A veces es mejor no estar de ninguno de los dos lados. He visto tanta izquierda más a la derecha que la propia derecha y tanta derecha más a la izquierda que la propia izquierda…
—Yo nunca he entendido eso de estar a la izquierda o a la derecha.
—No es difícil. Es de suponer que los buenos están siempre de un lado y los malos del otro. Lo indescifrable es que se vuelve lugar común que los de la izquierda se comporten como ambidiestros cuando logran alcanzar los privilegios que criticaron alguna vez al bando contrario.
—Sobre los retos de la izquierda recuerdo haber leído en Cubadebate que «Se necesita plantear la vía alternativa que conduzca a los pueblos a la consumación de sus aspiraciones y construya una sociedad capaz de transformarse constantemente, y responder a las exigencias que impone la realidad a cada generación».
—Cuando tu generación lee algo así comprende el divorcio entre las palabras y los hechos. De ahí que la tan mentada «continuidad» derive en que todo siga eternamente igual y uno se quede pensando dónde está la izquierda, si del lado de acá o del lado de allá.
—«La lección histórica es dura (decía también aquel artículo); no basta ganar elecciones y administrar gobiernos para consolidar procesos revolucionarios».
—¿Elecciones? Aquí tendríamos que empezar por crearlas.
—Como se complica el mundo, eh. ¿No es preferible estar en el centro?
—No te enmarañes la vida. Mientras no termines el pre y definas tu vida, di siempre que estás a la izquierda, aunque el discurso que nos den lo consideres de derecha.
—Mami me puso como ejemplo de discurso manido mencionar un par de huevos para ensalzar el enfrentamiento al enemigo.
—Es donde único la izquierda insular logra superar la teoría, pues en la práctica se distribuyen cinco.
(Tomado del muro de Facebook de Jorge Fernández Era)
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