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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- Dulce María Loynaz (1902-1997) fue mucho más que una gran poetisa cubana; fue un símbolo del carácter indómito y la pasión profunda por su patria que atravesó toda su vida y obra. Su respuesta contundente a la invitación a emigrar —“Yo soy hija de uno que luchó por la libertad de Cuba, quien tiene que irse es el hijo de quien quería que siguiera siendo colonia”— refleja la esencia misma de su temple, su dignidad y su amor firme por la isla.
Nacida en una familia con profundas raíces patrióticas, Loynaz fue una mujer de espíritu rebelde, delicado pero a la vez férreo, capaz de conjugar en su poesía una sensibilidad exquisita con un fuerte compromiso con la identidad cubana. Su temperamento se forjó en la tradición y el orgullo nacional, pero también en la búsqueda constante de la belleza y la verdad interior.
Su obra poética, que recibió el máximo reconocimiento con el Premio Cervantes en 1992, es un testimonio de esa entrega total a Cuba. A través de sus versos, Dulce María pinta la isla no solo como un espacio geográfico, sino como un territorio sagrado del alma, cargado de memoria, de sueños y de luchas. Su lenguaje, elegantemente elaborado y cargado de simbolismo, abre caminos para entender la historia y el sentimiento cubano desde una mirada profunda y contemplativa.
Un verso emblemático que sintetiza este amor profundo es:
“A mi isla, mi patria querida,
te canto en la sombra y en la luz,
tú, mi sol y mi esperanza herida,
la flor que no muere, la eterna cruz.”
Loynaz no fue una poetisa acomodada a modas pasajeras; su poesía refleja una lucidez filosófica y una fuerza ética que la colocan entre las grandes voces latinoamericanas. Su carácter firme se percibe en su rechazo a la emigración, no solo como un acto de valentía personal, sino como una postura de resistencia ante la pérdida y el abandono. Para ella, partir significaba renunciar a la memoria de sus ancestros y a la esperanza de una Cuba libre y digna.
Además de su calidad literaria, Dulce María fue una mujer que vivió con discreción y honradez, evitando la notoriedad mediática pero sin claudicar en su compromiso con su legado cultural y nacional. Su vida es un ejemplo de cómo la sensibilidad y el coraje pueden coexistir para forjar una identidad auténtica, capaz de resistir el paso del tiempo y las tempestades políticas.
En suma, Dulce María Loynaz es una figura emblemática cuya obra y carácter representan la voz de una Cuba que se niega a perder su esencia, una Cuba que ama y defiende sin condiciones. Su poesía es el reflejo de un alma apasionada y libre, que encontró en las letras el medio para luchar sin armas y perpetuar la memoria de un pueblo.