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Por Yoyo Malagón ()
Madrid.- Se rompió en silencio. Sin choque, sin faena, sin ese crujido óseo que estremece las gradas. Fue un sprint de esos que Éder hace con los ojos cerrados, persiguiendo a un delantero del Celta que ya olía la portería. Un gesto automático, puro instinto defensivo. Y en medio de esa explosión de velocidad, el cuerpo dijo «basta». O quizás no dijo nada. Simplemente cedió.
El comunicado del Real Madrid es frío, técnico, propio de una junta médica: «Rotura en el bíceps femoral de la pierna izquierda con afectación del tendón proximal. Pendiente de evolución». Pero detrás de esas palabras hay un hombre que acaba de entrar, de nuevo, en el túnel. Tres o cuatro meses. Hasta abril. Otra vez la cuenta atrás, el calendario tachado en rojo, la rehabilitación como única rutina.
La cifra que duele: 29 partidos. Se le esfuma la Copa, la Supercopa, el derbi en el Bernabéu, la fase decisiva de Champions. Media temporada en blanco. Justo cuando había reconquistado su sitio, cuando tras 438 días de calvario cruzado –dos ligamentos rotos, meniscos hechos trizas– parecía haber sellado una paz frágil con su propio cuerpo. Había vuelto a ser el muro, el acelerador desde atrás, el gigante de sonrisa fácil que nadie quería driblar.
Y ahora esto. Un músculo que se rinde. Un golpe a traición, porque no hubo némesis, no hubo rival que lo derribara. Fue su propia anatomía la que dijo: «Aquí se termina la carrera». Él mismo lo confesó tras la segunda rotura de cruzado: «Pensé en dejar el fútbol». ¿Qué pasará por su cabeza ahora, en la quietud de la enfermería, mientras fuera el mundo sigue girando y Xabi Alonso busca suplentes?
Militao no es un jugador, es un superviviente. Un tipo que ha aprendido a caminar tres veces: después de la rodilla izquierda, después de la derecha, después del miedo. Y justo cuando creías que la pesadilla había quedado atrás, el destino le envía otra factura. No es una lesión, es un mensaje. Una advertencia de que algunos cuerpos, por poderosos que sean, tienen un límite de cicatrices.
El Madrid pierde a su mejor central en el momento más delicado. Pero esto va más allá del deporte. Es la historia de un hombre en duelo constante con su físico, obligado a reconstruirse una y otra vez, mientras el fútbol –ese monstruo ingrato– no deja de pedirle más. Que tenga suerte. Que los músculos aguanten. Que la paciencia, esta vez, sea su mejor cómplice.
Porque algunos no juegan al fútbol. Libran batallas. Y Éder, desde ayer, tiene otra más en el cuerpo.