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La geometría del estallido: filosofía del caos y rebelión social

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- Las sociedades no se derrumban de repente: se saturan lentamente. Antes de toda explosión visible hay una historia silenciosa de agravios, de promesas incumplidas, de dignidades heridas que se van acumulando como capas geológicas. En ese proceso íntimo y casi invisible, la Teoría del Caos deja de ser solo un modelo matemático y se convierte en una clave filosófica para entender el pulso profundo de la historia.

Todo sistema que se proclama absoluto comienza a debilitarse desde el momento en que confunde estabilidad con inmovilidad. El orden impuesto, cuando no admite correcciones, se vuelve rígido; y lo rígido, en los sistemas humanos, no es fuerte: es quebradizo. Cuba, en su experiencia más reciente, encarna esa fragilidad disfrazada de firmeza: desabastecimiento persistente, apagones interminables, incertidumbre energética, y una fatiga moral que no aparece en los discursos, pero sí en los rostros.

Las protestas del 11 de julio de 2021 no fueron un accidente ni una anomalía histórica. Constituyeron un punto de bifurcación, ese instante descrito por las ciencias de la complejidad en que un sistema saturado ya no puede regresar al estado anterior. En esos momentos, no son los grandes acontecimientos los que producen el cambio, sino los gestos mínimos: una fila interminable por alimentos, una noche sin electricidad, un hospital sin recursos. Pequeñas grietas que, al tocar una estructura saturada, provocan fracturas profundas.

La privación despierta cla conciencia

Desde una mirada filosófica, estas rupturas revelan una verdad permanente: El ser humano no soporta indefinidamente la distancia entre el discurso que se le impone y la realidad que se le obliga a habitar. Cuando la vida cotidiana se convierte en una experiencia de privación estructural, la conciencia despierta. Y cuando despierta, ya no responde solo al miedo, sino a una intuición profunda de injusticia.

La historia demuestra que los regímenes que se sostienen en el silencio obligatorio confunden la ausencia de ruido con la existencia de paz. No comprenden que el silencio prolongado no es calma, sino tensión acumulada. Cada apagón, cada escasez, cada humillación cotidiana actúa como una réplica interna en la arquitectura del sistema. No son eventos aislados: son señales de fatiga estructural.

El caos social, por tanto, no es irracionalidad. Es una forma de inteligencia colectiva. Es el momento en que la sociedad, aun fragmentada, se reconoce a sí misma como algo más que un objeto pasivo del poder. Lo que el poder nombra desorden, la historia suele nombrarlo revelación.

Cuando un sistema necesita el silencio para sobrevivir, no ha conquistado la estabilidad: ha sembrado el caos que lo juzgará.

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