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Por Oscar Durán
La Habana.- El ministro de Energía y Minas, de cuyo nombre es mejor ni mencionar, con esa cara de derrota que ya es parte del uniforme del régimen, acaba de anunciar que el 2026 será otro año “complejo” en materia de apagones. Complejo, dice, como si no lleváramos años viviendo con la casa en sombras, los mosquitos coronados como dueños del país y la gente cocinando a las dos de la mañana porque es cuando aparece un hilito de corriente.
Uno escucha estas tallas fuera ‘e vista y entiende que para ellos la crisis eléctrica es un fenómeno meteorológico: algo inevitable, natural, casi poético. Mientras tanto, el cubano hace malabares entre velas, plantas soviéticas prehistóricas y la esperanza rota de que algún día la luz vuelva a ser un derecho y no una rifa por Telegram.
Y como si no bastara con el desastre institucional, un psiquiátrico español —Ignacio Giménez— anunció que en los hoteles de Cuba repartirían 1100 dólares por cabeza. Lo peor no fue el anuncio, sino la respuesta: cientos de cubanos, desesperados, corriendo hacia los hoteles como quien persigue un milagro, como quien se aferra a la última boya en un océano de miseria.
La escena fue dantesca. Un país entero dispuesto a creer cualquier cosa, cualquier disparate, cualquier mentira, con tal de escapar un segundo de la agonía diaria. Esa estampida es el retrato más crudo de lo que somos ahora mismo: un pueblo mutilado psicológicamente, al borde del colapso emocional, fácil presa de cualquier rumor porque la realidad ya no ofrece nada.
Mientras eso ocurre, otros se están muriendo —literalmente— de chikungunya, de dengue, de hambre, de abandono. Los hospitales son cementerios anticipados. No hay sueros, no hay pruebas, no hay médicos suficientes, no hay comida, no hay nada. Lo único que sí abunda son los ladrones, que se han convertido en el único gremio verdaderamente eficiente del país.
Los delincuentes llenan el vacío del Estado, los presos políticos continúan pudriéndose en las mazmorras castristas sin un rayo de esperanza. Las familias esperan, el país espera, pero la dictadura no suelta a nadie. No hay piedad ni intención de tenerla.
Hasta el béisbol, ese último refugio emocional, se ha convertido en una mueca. La Serie Nacional parece un circo ambulante, un torneo de barrio con uniformes desteñidos, estadios vacíos y reglas parchadas. No hay calidad, no hay organización, no hay respeto. La pelota cubana murió del mismo virus que mató al país: indiferencia, corrupción y abandono.
Además, miles siguen escapando por donde puedan: Brasil, Guyana, Rusia, el desierto, la selva, el mar… cualquier ruta vale con tal de no seguir respirando este aire contaminado de desgano y desesperanza.
Y al fondo de todo este desastre, Díaz-Canel continúa interpretando su personaje favorito: el presidente marioneta de los recorridos. Le están al poner Miguel Singa’o de los Recorridos. Finge que es un mulo trabajando, finge que dirige, finge que entiende. Pero el país no es un país: es un infierno sin administración. Una tierra donde solo prosperan los oportunistas y los sepultureros. La burla ya no está en lo que dice, sino en que insiste en decir algo.
El problema es que mientras él juega a presidente, Cuba se termina de hundir. Y sí, lo que viene será “un año complejo”, pero no por los apagones, sino porque cada vez queda menos país para apagar.