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Por Jorge L. León (Historiador e Investigador)
Houston.- La mitología política tiene sus propios artesanos, y en Cuba ninguno fue más prolífico que el castrismo. De todas las fábulas tejidas por el régimen, ninguna alcanzó tanta resonancia como la de los supuestos 638 atentados contra Fidel Castro.
La cifra parece tan absurda, tan desproporcionada, que solo podía sostenerse en un país sin prensa libre y bajo una maquinaria propagandística obsesionada con fabricar héroes donde no los había.
Pero ha llegado el momento —desde la seriedad, con rigor histórico, y un toque de ironía necesaria— de desmontar esta monumental estafa narrativa.
El mito perfecto para un ego desbordado:
Según la propaganda oficial, Fidel sobrevivió a tantos atentados que cualquier jefe de Estado parecería un aficionado. Ni Kennedy, ni De Gaulle, ni Churchill, ni ningún líder sometido a guerras, terrorismo o conspiraciones reales acumuló una lista semejante.
A Fidel, en cambio, lo “intentaron matar” más de 600 veces… pero jamás hubo un disparo confirmado, jamás hubo un avión saboteado, jamás existió un veneno que llegara realmente a sus manos. Nada. Ni una evidencia sólida.
Lo que sí hubo fue una necesidad enfermiza de mostrarse como un ser superior: invencible, perseguido, imprescindible. El mito del hombre que no podía morir porque era más grande que la historia misma.
La mayoría de estos supuestos atentados provienen de: informes del Ministerio del Interior, declaraciones de Fabián Escalante, exjefe de la seguridad cubana, entrevistas oficiales del propio régimen, documentales de propaganda interna, y recuentos “heroicos” del aparato ideológico.
Todas fuentes interesadas, cerradas, no verificables, y construidas con un objetivo político: ensalzar al líder y justificar la represión interna bajo el argumento de un permanente estado de amenaza.
El mito no surgió de investigaciones independientes ni archivos desclasificados; surgió del propio castrismo, que fue juez, parte, narrador y protagonista de su show personal.
Sí, hubo planes… pero planes no son atentados
La CIA, infiltrados, mafiosos, opositores y otros actores barajaron ideas, exploraron opciones, y hasta esbozaron borradores operativos. Eso está documentado.
Pero, ningún tirador estuvo a metros de Fidel. No se ejecutó ni un solo intento de francotirador. Ninguna bomba explotó cerca de él. No existe prueba de sabotaje aéreo. No hay evidencia de pastillas venenosas “a punto de ser usadas”.
Todo quedó en la fase de proyecto, de conversación, de especulación dentro de un contexto de Guerra Fría donde la imaginación era más prolífica que la acción.
Y lo que el régimen hizo fue sumar planes imaginarios + ideas descartadas + rumores + fantasías + borradores inútiles, hasta obtener una cifra fabulosa, digna de un cómic y no de la historiografía.
La ironía trágica: el único que atentó contra Cuba fue él mismo
Mientras Fidel repetía que “el imperialismo no podía matarlo”, lo único que quedó demostrado es que nadie intentó seriamente hacerlo.
Pero mientras tanto, él sí logró: destruir la economía, asfixiar las libertades, empobrecer a un país entero, encarcelar y fusilar opositores, hundir a Cuba en el estancamiento más largo de su historia.
La realidad amarga es esta: el atentado verdadero lo cometió Fidel contra su propio pueblo, y ese sí fue exitoso.
¿Por qué fabricar tantos atentados imaginarios?
Porque alimentaban tres necesidades estratégicas: El culto a la personalidad: Un líder “indestructible” inspira obediencia.
El enemigo externo como excusa eterna: Si lo quieren matar, entonces es imprescindible.
La represión interna justificada: Todo disidente podía ser etiquetado como “agente de la CIA”.
Era el relato perfecto: un héroe indeclinable frente a un mundo que lo odiaba, pero que nunca consiguió tocarlo. Una narrativa construida con ladrillos de fantasía y cemento ideológico.
La gran fábula desmontada
Al analizar archivos desclasificados, investigaciones internacionales y testimonios externos al castrismo, queda claro: no hay registro independiente de atentados reales. No existe un caso donde Fidel estuviera en peligro inmediato. No hay un solo ataque ejecutado y fallido. Todo lo que se difundió fue exageración, manipulación o invención. El mito, por tanto, fue una herramienta de poder: la fabricación de un héroe que nunca tuvo que esquivar una bala.
Así las cosas, la estafa histórica está al descubierto. Fidel Castro jamás fue un perseguido de proporciones bíblicas. No fue el objetivo de una cacería global de asesinos invisibles. No sobrevivió milagrosamente a complot diarios.
Fue, simplemente, un caudillo con sed de gloria, que necesitó inventarse enemigos para justificar su reinado absoluto y satisfacer un ego que no cabía en la isla.
Y en su delirio de grandeza, este miserable pretendía presentarse como un Alejandro Magno… cuando ni la estatura ni la dignidad le alcanzaban para sostener semejante fantasía.
Los 638 atentados fueron su mayor obra de ficción. Una novela épica escrita por él y sostenida por un régimen sediento de mitos.