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Por Yeison Derulo
La Habana.- A veces el régimen cubano intenta venderle al mundo la imagen de un país firme, responsable, casi heroico, en medio del caos regional. Pero cuando uno mira de cerca, cuando quita el barniz propagandístico que La Habana unta en cada declaración oficial, quedan expuestas las mismas grietas de siempre: la desconfianza, el secretismo y ese afán insoportable de presentarse como víctima imprescindible mientras sostiene, con la otra mano, los mecanismos de una dictadura que lleva décadas devorándose a su propio pueblo.
El coronel Ybey Carballo salió esta semana a decir que Cuba continúa colaborando con la Guardia Costera de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico. Habló con orgullo, como quien intenta demostrar que todavía es útil en la mesa donde ya nadie lo invita. Explicó que desde los años noventa hasta noviembre de 2025 la isla ha entregado más de 1.500 pistas sobre embarcaciones sospechosas.
Lo dijo con esa serenidad típica de los funcionarios que creen que repetir cifras es equivalente a mostrar eficiencia o transparencia, aunque todos sabemos que en Cuba nada es transparente; todo pasa por el filtro del poder, y el poder jamás cuenta la historia completa.
De paso, Carballo recordó que el acuerdo formal de cooperación entre Washington y La Habana murió durante el mandato de Trump. Eso sí, aseguró que Cuba continúa informando de manera “proactiva” sobre ubicaciones, motores, rutas, casi como si la isla fuese un gurú de inteligencia marítima en el Caribe. Y ahí, en medio de tanta narrativa heroica, dejó caer la frase que intenta ser titular: que Cuba no es ese “agujero negro” del que tantos hablan. Paradójico que use esa metáfora un representante de un país donde todo funciona precisamente como un agujero negro: sin información, sin claridad, sin libertades, sin luz.
La geografía no se equivoca: Cuba está colocada en una ruta clave entre la droga sudamericana y el mercado estadounidense. El Departamento de Estado ya había dicho hace años que la isla no es productora ni gran punto de tránsito. Y aun así, el régimen insiste en dibujarse como un muro imprescindible en medio del mar. Un muro que, por cierto, ya ni siquiera logra contener sus propias crisis internas, pero que quiere convencer a Estados Unidos de que es pieza clave para la seguridad regional.
Mientras tanto, Washington aumenta su presencia militar en el Caribe, Caracas sigue señalada por lucrar con el narcotráfico, y La Habana —siempre atada al destino de sus aliados— pretende insinuar que en sus aguas todo se mantiene estable.
Carballo aseguró que sus tropas no han visto cambios drásticos pese a la ofensiva estadounidense. Palabras alineadas, discurso pulido, narrativa oficial intacta. Una actuación más en el teatro político de la dictadura.
Porque aquí está el punto: cada vez que el régimen cubano aparece hablando de “compromiso”, “seguridad regional” y “cooperación”, lo hace para esconder lo otro, lo esencial. Lo que no menciona. Lo que jamás reconocerá. Que ese mismo Estado que se pinta como guardián del Caribe sigue encarcelando a opositores, reprimiendo protestas, empobreciendo al país y destruyendo cualquier posibilidad de futuro para millones de cubanos.
En definitiva, pueden dar 1.500 pistas a la Guardia Costera, 10 mil o 50 mil. Pueden salir en conferencia de prensa a hablar de motores y coordenadas. Pueden presumir de colaborar con los mismos Estados Unidos a los que culpan de todos los problemas nacionales. Pero mientras sigan sosteniendo una dictadura que encarcela, silencie y mutila la vida de su propio pueblo, todo lo demás será simplemente fachada. Mar de humo. Retórica reciclada. Otra maniobra para quedar bien con el norte mientras hunden el sur del que son responsables.
Y así seguirán, vendiendo la idea de que ellos protegen al mundo del narcotráfico, cuando ni siquiera han sido capaces de proteger a Cuba del desastre que ellos mismos han creado.