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Dólares y doble moral: la paradoja ética de los comunistas que viven en el exilio

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Por Jorge L. León (Historiador e Investigador)

Houston.- La realidad cubana ha creado, a lo largo de más de seis décadas de crisis, un fenómeno que desafía la lógica política y desnuda un conflicto moral de enormes proporciones: militantes del Partido Comunista, miembros de brigadas represivas, cuadros administrativos beneficiados por el sistema y personas comprometidas activamente con la defensa de la dictadura viviendo gracias a los dólares enviados desde el exilio que supuestamente combaten.

Este dilema no es anecdótico; es el corazón mismo de una contradicción nacional que hiere la conciencia de muchos y cuestiona la integridad moral de un sector de la sociedad.

La estructura perversa que creó la revolución cubana

El diseño económico del castrismo —ineficiente, estatizado, clientelar y deliberadamente hostil a la creación de riqueza individual— empujó al país a una dependencia estructural: sin remesas, la economía cubana colapsaría en cuestión de semanas.

Pero esta dependencia no es neutral; favorece especialmente a un grupo que jamás lo reconocerá públicamente: los que viven al servicio del régimen.

Existe en Cuba una élite de supervivencia extraña y paradójica:

militantes del PCC
cuadros de la FMC y otras organizaciones de “masas”
jefes de CDR
trabajadores políticos
integrantes de brigadas de respuesta rápida
comisarios ideológicos
y personas que participan en actos de repudio, vigilancia o delación

Muchos de ellos disfrutan de dólares enviados por familiares exiliados, a veces por hijos que huyeron del mismo sistema que ellos defienden.

Aquí surge la pregunta inevitable:

¿Es moral que un represor, un delator o un militante del partido viva mejor que el pueblo gracias al dinero del exiliado?

Este es un conflicto ético de primera magnitud.

Los dólares enviados desde el extranjero —muchas veces con enorme sacrificio— no llegan a una persona neutral o inocente, sino a alguien que participa, directa o indirectamente, en sostener a un régimen que ha sembrado el miedo, la censura, el hambre y la represión.

Hay casos donde un emigrado trabaja dos empleos, limpia pisos o carga cajas, para que un familiar comprometido con el régimen viva en Cuba con privilegios que el pueblo trabajador no tiene.

El resultado es inquietante: el exiliado que sufrió la represión termina financiando la estructura represiva que lo expulsó.

Compasión versus responsabilidad moral

El exiliado no renuncia al amor familiar. No se trata de abandonar a nadie; se trata de la naturaleza del acto moral. Enviar ayuda a familiares vulnerables, enfermos o sin recursos es un deber humano.
Pero enviar dinero a quienes han elegido ser parte activa de un sistema criminal plantea otro tipo de responsabilidad.

El dilema ético puede resumirse así:

¿La solidaridad familiar justifica financiar a quienes sostienen una dictadura que reprime a millones?

¿Puede un militante del partido, que participa en actos de repudio o delación, aceptar sin escrúpulos dólares “imperialistas” para vivir mejor que el pueblo al que oprime?

¿Y qué responsabilidad tiene el exiliado al sostener económicamente a quien sostiene políticamente al verdugo?

Este juego doble —rechazar “el imperialismo” mientras se vive del dólar— es una forma de corrupción moral. No sólo falsifica principios; convierte la militancia comunista en un negocio privado, una máscara ideológica para recibir privilegios y divisas.

La doble moral institucionalizada

La revolución creó un país donde la moral se volvió elástica, donde la ideología es un instrumento y no una convicción, donde el “comunista puro” no existe: todos participan de la misma hipocresía cotidiana.
Pero nada revela esa hipocresía con mayor crudeza que este hecho: el militante del partido que grita “¡Abajo el imperialismo!” por la mañana y cobra dólares por la tarde.

Las propias instituciones —PCC, CDR, FMC, UJC— alimentan ese doble discurso.

El mensaje implícito es: “Lucha contra el capitalismo, pero vive de él”. “Di que no necesitas nada, pero acepta remesas”. “Defiende la igualdad socialista, pero disfruta privilegios que la mayoría del pueblo no tiene”.

El resultado es una degradación profunda: la moral se convierte en mercancía. Y la política, en negocio familiar.

La responsabilidad del exilio: una conversación incómoda pero necesaria

Muchos exiliados han sido atacados por plantear esta discusión.

Los acusan de insensibilidad, de ingratitud, o de querer castigar a sus propios familiares.

Pero la discusión no es sobre amor; es sobre justicia.

Quien emigró sabe lo que significa no tener nada.

Quien emigró sabe lo que es el vacío, la separación, la nostalgia.

Quien emigró sabe lo que cuesta cada dólar.

Lo que el exiliado no puede —moralmente— es convertirse en cómplice financiero de quienes sostienen un sistema que destruye a Cuba.

No se trata de abandonar a la familia, sino de no financiar a verdugos disfrazados de parientes. Y sobre todo: no cargar eternamente con la culpa de alimentar a quienes alimentan la opresión del pueblo.

La pregunta que Cuba debe hacerse

La pregunta que abre este artículo es también la que lo cierra: ¿Es moral que quienes defienden la dictadura vivan mejor que el pueblo gracias a los dólares enviados por el exilio?

La respuesta, en conciencia, es clara: no, no lo es.

Es una ofensa a la verdad, una burla al sufrimiento de millones, una deformación grotesca de lo que significa la moral humana.

Cuba vive hoy una tragedia ética tanto como política y económica.

La doble moral se ha convertido en aire social.

Pero este tema —el militante comunista que vive del dinero que le envían los que huyeron— es quizá el ejemplo más claro de la bancarrota moral que dejó la revolución.

La historia no absolverá a los responsables. Y tampoco absolverá a quienes, pudiendo elegir, decidieron vivir del dólar mientras predican una ideología que condena a su propio pueblo a la miseria.

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