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La copa se desborda en Venezuela: crisis, injerencia y el umbral de la intervención

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Por Joaquín Santander ()

Caracas.- La crisis venezolana ha traspasado el ámbito de la tragedia nacional para convertirse en un polvorín geopolítico con el olor inconfundible de la intervención. En las últimas horas, el ultimátum de Washington se cierne sobre Caracas con el peso de una guillotina diplomática, mientras la retórica desde la Casa Blanca evoca ecos inquietantemente familiares.

No se trata de un escenario nuevo; es la reencarnación de un patrón estadounidense tan definido como letal, cuyos precedentes –Panamá, Irak, Yugoslavia– delinean un camino que suele terminar en bombardeos y cambio de régimen. El paralelismo no es retórico, sino operativo: la misma construcción del enemigo absoluto, la misma instrumentalización de crisis humanitarias y la misma justificación de «todas las opciones sobre la mesa» precedieron a la tormenta de acero que cayó sobre otros soberanos que osaron desafiar el orden hemisférico.

El colapso interno, sin embargo, ha preparado el terreno para esta coyuntura. Más de seis millones de venezolanos han huido desesperados de un país fracturado por una hiperinflación sin parangón en el hemisferio, una economía reducida a escombros y una corrupción estatal que ha enriquecido obscenamente al núcleo duro del chavismo mientras el pueblo se hundía en la miseria.

Esta catástrofe humanitaria, genuina y profunda, no es solo obra de la incompetencia; es el resultado de un sistema de captura del Estado diseñado para el beneficio de una cleptocracia que gobierna desde bunkers de privilegio. La crisis, así, ofrece a Washington el barniz moral perfecto para una acción que, en el fondo, responde a cálculos estratégicos de poder.

La mano negra de Cuba

Detrás de la fachada del poder en Miraflores opera una mano negra que extiende su sombra desde La Habana. La asesoría cubana no se limita a programas sociales; ha sido fundamental en el diseño de los mecanismos de control y represión del chavismo, desde la inteligencia hasta el aparato electoral.

Cuba ha exportado su modelo de vigilancia y autoritarismo, consolidando un Estado policial que silencia la disidencia y anula cualquier atisbo de alternancia pacífica. Esta injerencia extranjera ha exacerbado la crisis y entregado al régimen las herramientas para perpetuarse, transformando a Venezuela en un protectorado de facto del castrismo, lo que añade un componente ideológico crucial al conflicto con Washington.

La legitimidad del gobierno se desvaneció ante los ojos del mundo en las elecciones de 2024, un fraude monumental cuya evidencia más elocuente fue el hermetismo absoluto. Mientras la oposición presentaba actas detalladas, testimonio por testimonio, el chavismo nunca mostró los registros que avalaran su victoria, sepultando la transparencia bajo el peso de la fuerza.

Este robo del voto popular no fue un error, sino la culminación de un proyecto de poder total que anula la soberanía popular. Esa falta de legitimidad democrática es el talón de Aquiles que ahora explota la presión internacional para justificar una «restauración del orden constitucional».

El coctel perfecto y la copa colmada

A este cóctel explosivo se le añaden las graves acusaciones de narcotráfico que pesan sobre el entorno más cercano de Maduro, convertido, según las acusaciones del Departamento de Justicia estadounidense, en una cartel estatal.

Verdad o estrategia de demonización, estas imputaciones cumplen una función clave en el guion intervencionista: criminalizar al régimen, deshumanizar a sus líderes y presentarlos no como adversarios políticos, sino como enemigos de la civilización que deben ser extirpados. Es la misma lógica aplicada a Manuel Noriega, el «narco-dictador» de Panamá, cuyo arresto sirvió de pretexto para una invasión.

La copa, por tanto, está colmada. Crisis humanitaria, colapso económico, fraude electoral, injerencia cubana y criminalización internacional confluyen en un punto de no retorno. Washington tiene ante sí todos los pretextos –reales o magnificados– que ha utilizado históricamente para justificar la acción directa.

La caída del chavismo ya no parece una posibilidad remota, sino el desenlace más probable de una ecuación donde la resistencia interna está agotada y la presión externa ha alcanzado un punto crítico. La pregunta no es si el régimen caerá, sino si su fin llegará por una implosión controlada o por el fuego cruzado de una intervención que ya tiene sus guiones escritos en los manuales de las guerras del pasado. El destino de Venezuela pende de un hilo tensado por la historia.

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