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El remate de la paz o cómo el ejército vendió su flota de Harley-Davidson

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Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el silencio regresó lentamente a los caminos que antes rugían bajo el peso de los convoyes militares. Y con ese silencio llegó algo inesperado: un océano de motocicletas sin guerra a la que servir.

Las Harley-Davidson del ejército estadounidense —rudas, resistentes, curtidas por el polvo de Europa y el Pacífico— dejaron de ser máquinas de campaña para convertirse en un símbolo de un país que intentaba volver a la normalidad.

En 1946 comenzó el gran remate.

En hangares y depósitos del gobierno, se alinearon motocicletas que habían cruzado frentes enteros llevando órdenes, escoltando columnas, explorando rutas peligrosas. A los soldados les habían salvado la vida más de una vez. Ahora, estaban esperando un nuevo dueño.

Los lotes eran simples y sorprendentes:
cinco motocicletas perfectas, en funcionamiento, por 500 dólares.
Una ganga impensable hoy, cuando cada una de esas mismas Harley es una joya histórica.

Las compraron granjeros, mensajeros, talleres mecánicos… y también soñadores: jóvenes que querían sentir en las manos el manillar que, pocos meses antes, había atravesado campos de batalla.

Eran máquinas hechas para la guerra y adoptadas por la paz.

Con el tiempo, muchas desaparecieron en carreteras secundarias, transformadas, reconstruidas o desmontadas por piezas. Pero otras sobrevivieron intactas, preservando cicatrices invisibles: vibraciones de motores que una vez acompañaron convoyes nocturnos, radios que transmitieron órdenes urgentes, neumáticos que rodaron sobre caminos que ya no existen.

Hoy, esas motocicletas militares de Harley-Davidson son tesoros codiciados. No solo por su mecánica, sino por lo que representan: la historia viva de un mundo que dejó atrás el conflicto y que, en una subasta silenciosa, devolvió a estas máquinas la libertad que nunca tuvieron.

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