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Por Fernando Martín
Holguín.- La escena que describe la esposa de Yosvany Rosell García tiene la crudeza de una herida abierta. Después de más de dos meses sin ver a sus hijos, el preso político del 11J pudo abrazarlos finalmente, en un encuentro que fue tan triste como necesario. No hubo cadenas esta vez ni la vigilancia asfixiante que suele rodear cada una de sus visitas. Por unos minutos, el régimen dejó caer la máscara del castigo y permitió algo tan simple como humano: que un padre pudiera ver a sus tres hijos mientras pelea, literalmente, por mantenerse con vida.
Pero ese gesto, lejos de ser un acto de benevolencia, llega en el contexto de un deterioro físico extremo. Tras 40 días en huelga de hambre, Yosvany estaba al borde del colapso. Su esposa relata que solo entonces accedió a recibir un suero de hidratación, empujado por un cuerpo que ya no respondía y por un estado clínico que amenaza con convertirse en tragedia. El gobierno lo sabe, los médicos lo saben, su familia lo sabe: el tiempo se le está acabando y la vida de este hombre pende de un hilo cada vez más delgado.
Lo más doloroso es que este sufrimiento no es accidental. Rosell es preso político y de conciencia —como ha repetido su esposa— y está pagando el precio de exigir derechos que el régimen considera una provocación. Mantenerlo debilitado, incomunicado, aislado, forma parte de esa maquinaria represiva que pretende quebrarlo antes de que su protesta adquiera más eco. Sin embargo, la visibilidad que ha ganado su caso y el acompañamiento de miles dentro y fuera de Cuba han obligado a las autoridades a mover ficha, aunque sea para evitar un escándalo mayor si el final se precipita.
Mientras tanto, la familia vive en la cuerda floja. La leve mejoría que pueda ofrecer un suero no cambia la realidad: Yosvany continúa en un estado crítico, con riesgo evidente para su vida, y su huelga ya no es solo un grito político, sino una batalla biológica contra su propio desgaste. Su esposa agradece las oraciones, el apoyo y la visibilidad porque sabe que, en este país, la solidaridad puede ser la única barrera entre un preso político y su desaparición silenciosa. Y también sabe que, si algo mantiene a su esposo respirando, es justamente eso: que Cuba entera esté mirando.