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Trump, las líneas rojas y el incierto camino hacia la paz en Ucrania

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Por Piotr Radinsky ()

Albacete.- La diplomacia, ese arte de lo posible, se enfrenta ahora a su prueba más áspera en el este de Europa. Un renovado impulso estadounidense, personificado en el plan de paz del presidente Donald Trump, intenta forzar una geometría viable sobre un conflicto cuyas líneas rojas parecen trazadas con acero y sangre.

Moscú y Kiev, cada uno desde su trinchera de principios innegociables, observan con una cautela calculada este despliegue. La partida se juega en dos mesas simultáneas: las conversaciones técnicas entre funcionarios y la arena pública de las declaraciones grandilocuentes, donde las concesiones son vistas como capitulaciones. El optimismo expresado por Trump choca frontalmente con la realidad del terreno y con la memoria reciente de unas demandas rusas que, para Ucrania, equivalen a una rendición disfrazada.

La arquitectura de estas negociaciones es delicada y reveladora. Mientras los enviados ucranianos pulían detalles en Washington, el Kremlin confirmaba la inminente visita del enviado especial Steve Witkoff. Esta coreografía bilateral, orquestada desde Estados Unidos, deja una incómoda sensación de lateralidad para Europa, tradicional soporte de Kiev.

Más allá del protocolo, la sombra de lo irregular planea: la renuncia del principal negociador ucraniano, Andrii Yermak, por un escándalo de corrupción, no es un mero detalle doméstico. Es una grieta en el frente interno de Zelenski y un recordatorio de que la fortaleza de una nación en guerra no se mide solo en el campo de batalla, sino también en la solidez de sus instituciones.

Putin se relame, Zelenski se tambalea

Putin, desde la aparente seguridad que le otorgan los lentos pero constantes avances en el este, proyecta una tranquilidad fría y maximalista. Su lenguaje no es el de la concesión, sino el de la ultimátum: la retirada ucraniana de los territorios anexionados es una condición previa, no un punto de discusión.

Al calificar el plan de Trump como una «base», el líder ruso no firma un acuerdo; señala el punto de partida desde el cual comenzar a negociar sus términos. Es un juego de paciencia y desgaste, donde cada semana de combates fortifica su posición y debilita la resistencia ucraniana y la cohesión occidental.

Frente a esta realidad, Vladimir Zelenski camina sobre la cuerda floja de la necesidad. Sus palabras son de agradecimiento hacia Trump, pero su estrategia es de urgencia hacia Europa. Sabe que el plan inicial, con sus concesiones territoriales y la renuncia a la OTAN, es políticamente insostenible. Por ello, su táctica consiste en eludir los detalles, enfatizar la necesidad de garantías de seguridad «sólidas» y empujar a Bruselas a un papel central.

Para Kiev, la membresía en la Alianza Atlántica no es una ambición abstracta, sino la única garantía creíble a largo plazo contra la maquinaria revisionista de Moscú. Un principio que Trump, escéptico de la OTAN, parece dispuesto a sacrificar en el altar de un acuerdo rápido.

Europa casi al margen

Mientras los gigantes negocian, Europa se debate entre su papel de proveedor esencial y su evidente marginalidad diplomática. Las reuniones en Bruselas de la OTAN y la UE, con la ayuda a Ucrania en el centro, contrastan con su ausencia en la mesa de negociación principal. El dilema de los activos rusos congelados simboliza esta parálisis: son un instrumento de presión colosal, pero su uso está plagado de temores legales, económicos y de represalia.

Como señala agudamente el analista Nigel Gould-Davies, la diplomacia de Trump ha «expuesto dolorosamente» esta debilidad. Europa financia la guerra pero no modela la paz, reducida a sugerir enmiendas a un texto ajeno.

Al final, el camino hacia un cese al fuego permanece minado por abismos de desconfianza. El impulso estadounidense ha introducido una variable nueva y poderosa, pero no ha alterado la ecuación fundamental: Rusia exige una victoria territorial consagrada; Ucrania defiende su integridad como nación; Europa busca una estabilidad que preserve su seguridad; y Estados Unidos, bajo Trump, persigue un acuerdo que, más que justo, sea ejecutable y le permita declarar una victoria política.

La «buena posibilidad» de la que habla Trump depende de que alguna de estas líneas rojas, pintadas con la sangre de miles, decida desdibujarse. Y nadie, por ahora, parece dispuesto a dar ese paso.

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