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Por Esteban David Baró ()

La Habana. – Cuba vive hoy el derrumbe total de un sistema que dejó de existir, aunque el poder siga fingiendo que respira.

La Revolución murió hace años, deshecha por dentro, y en la calle ya nadie pierde tiempo en metáforas. “Ni aunque Fidel salga de la piedra la salva”, dice una vecina en un solar de Lawton, mientras carga un cubo de agua para poder bañarse y tal vez cocinar.

Realmente lo que queda es un país convertido en escombro social. No es vida, es una cadena interminable de apagones, colas, hambre y cansancio. “Aquí vivimos apagados también por dentro”, confiesa un joven de Santa Clara y añade “nos dejaron sin luz y sin alma”.

El discurso oficial se aferra al cerco de Washington, pero para la gente esa excusa ya es un mal chiste. “¿Bloqueo? El bloqueo es este gobierno que no produce nada”, grita un mecánico en Holguín. “Puedes comerciar con 200 países, pero si no fabricas ni azúcar, ¿qué vas a vender? ¿Los discursos?”, se responde.

La economía nacional es un cementerio. La zafra azucarera murió, el turismo colapsó, ya cuestionan la contratación de médicos cubanos, las remesas solo alcanzan para no morirse hoy, pero nunca para vivir mañana.

Y encima, una élite vieja, fracturada, y aferrada al poder como si el país no se estuviera desintegrando. “No creen en lo que dicen, ni ellos mismos”, afirma un profesor jubilado.

“Pero se sostienen por pura fuerza y porque les conviene seguir arriba mientras todo lo demás se hunde”, denuncia.

Un vía crucis

La vida cotidiana es un vía crucis sin fin. Hospitales en ruinas, medicamentos inexistentes, agua que no llega, alimentos que desaparecen, transporte que retrocede a la Edad Media.

A esto se une que la juventud huye en masa, también los médicos, ingenieros, maestros y deportistas. “Aquí no hay futuro. Aquí solo queda esperar que el país termine de caer”, comenta una doctora que tramita su salida para Uruguay.

Mientras tanto, el gobierno anuncia, cuando le “aprieta el zapato”, un nuevo plan para “enderezar distorsiones”, como si intentara recomponer un cadáver.

Pero las tensiones internas crecen, los dirigentes se contradicen, y el caso del exministro Alejandro Gil Fernández, acusado de espionaje, corrupción y señalado como responsable del desastre económico, revela que ni entre ellos queda orden ni lealtad.

El resultado es brutal. Cuba dejó de ser un referente moral, dejó de ser un símbolo, dejó de ser faro. Se apagó para todos. “La izquierda mundial ya no mira para acá. ¿Quién va a mirar este desastre?”, pregunta un habanero que sobrevive revendiéndolo todo.

Golpeada por las epidemias, la pobreza, la falta de producción, la fuga masiva de talento y un sistema que hace aguas por todas partes, Cuba se convirtió en una nación que ya no ilusiona a nadie, ni siquiera a quienes la gobiernan.

“Esto ya no es un país”, comenta una enervada anciana en Camagüey, mientras pasa la noche sin electricidad. “Esto es un apagón eterno”, sentencia.

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