Enter your email address below and subscribe to our newsletter

La Noche de los Cristales Rotos y los mítines de repudio, dos rostros de la barbarie totalitaria

Comparte esta noticia

Por Jorge L. León (Historiador e Investigador)

Houston.- La «Noche de los Cristales Rotos» (Kristallnacht), ocurrida en Alemania entre el 9 y 10 de noviembre de 1938, es uno de los episodios más atroces del nazismo. En esa jornada, las calles se llenaron de violencia organizada: vitrinas de comercios judíos rotas, sinagogas incendiadas, cientos de personas asesinadas o detenidas.

Esta violencia fue ejecutada no por individuos aislados, sino por las SA (Sturmabteilung), la policía y grupos paramilitares, todos bajo el consentimiento explícito de Hitler y su aparato estatal.

La excusa oficial fue el asesinato de un diplomático alemán por un joven judío, pero el fondo era un plan sistemático para aterrorizar y expulsar a los judíos de Alemania.

En Cuba, desde los primeros años del régimen castrista, los mitines de repudio se convirtieron en una herramienta esencial para someter a la población disidente.

Estos actos eran organizados por el Estado a través del Comité de Defensa de la Revolución (CDR), que movilizaba a miles de vecinos, estudiantes y trabajadores, muchas veces coaccionados o engañados, para atacar verbal y físicamente a quienes criticaban el régimen.

No solo se lanzaban insultos y golpes, sino que se cometían acciones como el corte de electricidad o agua en las viviendas de opositores, aislamiento social forzado y destrucción de propiedades.

Casos concretos

Una historia concreta es la de los miembros del Movimiento Cristiano Liberación, quienes en los años 80 y 90 sufrieron ataques brutales y persecución por manifestarse pacíficamente, con la complicidad abierta de las fuerzas de seguridad.

Ambos fenómenos —la Kristallnacht y los mitines de repudio— comparten la característica de no ser espontáneos, sino actos de violencia planificados y alentados por el poder central. En ambas situaciones, las masas movilizadas eran en gran parte personas marginadas, sin formación política ni moral, convertidas en instrumentos de odio y destrucción.

Esto permitió que el régimen desviara la responsabilidad directa y diluyera la culpa colectiva.

A pesar de que el nazismo se fundamentaba en el racismo y la supremacía aria, y el comunismo cubano en la lucha de clases y la supuesta justicia social, en la práctica ambas ideologías se tradujeron en represión, censura y terror.

En Cuba, la etiqueta de “gusano” para los opositores equivalía a la deshumanización que los nazis aplicaban a los judíos. La chusma comunista cubana replicó con más violencia la barbarie nazi, en parte porque aprendió de ella, en parte porque la desesperación y el miedo fueron igual o más profundos.

En conclusión, ambos regímenes utilizaron el odio organizado para controlar a sus pueblos. Más allá de las diferencias ideológicas, el totalitarismo se mostró en su expresión más cruel: la destrucción sistemática del otro como método de dominación.

La historia debe recordarnos que la barbarie no tiene ideología exclusiva, sino rostros diversos que debemos denunciar y combatir.

Deja un comentario