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Por Eduardo González ()
Santa Clara.- En la naturaleza todos los fenómenos están relacionados por propósitos universales que son generados, y regulados, por un tipo de inteligencia que hoy nos parece incomprensible.
Donde nuestra mente observa un vórtice de aspecto apocalíptico y caótico, existe una rigurosa armonía universal expresada, de manera absoluta, a través de categorías infinitas de lo bello.
Por eso, tal vez, no podamos comprender jamás el vínculo perfecto que existe entre el vuelo de un pájaro, la muerte de una ballena y el huevo infectado de un mosquito a la orilla de un lago de Tanzania.
El universo tiene un propósito definitivo desde el inicio de los tiempos: ser bello y eterno.
No parece suficiente, ¿verdad? Pues, estamos advertidos. Mientras corremos detrás de una luz que se deshace, recolectamos cosas para, supuestamente, cumplir con el protocolo de la vida, desfallecemos por no llegar tarde a citas que después no recordamos, el universo, eterno y bello, mira sin pasión al lastimoso animal en que nos hemos convertido, y sigue, casi en secreto, amasando siglos de energía para que no nos falten esos farolitos en lo profundo del cielo.
Esos farolitos que el hombre de ciencia llama estrellas y que el poeta, por rebelde, dice que son los ojos de su amada.
Hay algo poderoso que nos une y que va más allá de las ideas: es el origen, es la luz, es la fuerza, es la realidad expresada libremente ante los ojos recién abiertos de los que dormían para ver si, en ese otro mundo, tenían la suerte de atrapar entre las redes del hambre un sueño feliz.
No siempre estaremos enfermos. No siempre. No siempre estaremos conformes. No siempre.
P/D: Una buena noticia. Hoy sábado 22 de noviembre mi esposa y yo cumplimos 21 años de relación. Un día detrás de otro, minuto a minuto, segundo a segundo. Golpe a golpe y verso a verso.
Así que hoy no hablaremos de cosas malas. De enfermedades hablaremos mañana. Eso es seguro.