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Por Yeison Derulo
La Habana.- La Unión Eléctrica volvió a avisar lo que todos en Cuba ya sabemos de memoria: que hoy habrá apagones desde que amanezca hasta que se apague el último bombillo. Según su informe diario, más de la mitad del país quedará a oscuras en las horas de mayor demanda, una noticia que ya ni sorprende, pero que sigue doliendo igual. Las provincias orientales, todavía golpeadas por el huracán Melissa, cargan con 111 MW “afectados”, mientras Granma suma otros 50 MW por bajo voltaje. Más de medio millón de personas en el extremo este siguen sin electricidad tres semanas después del ciclón, prueba de que en Cuba los desastres naturales duran más que la propia naturaleza.
El panorama en el centro y occidente no es mejor. Allí no pasó ningún huracán, pero los apagones serán exactamente los mismos. La UNE reconoce que podrá generar apenas 1.435 MW frente a una demanda pico de 3.100 MW. Eso deja un agujero de 1.665 MW, un déficit que el Gobierno se empeña en maquillar bajo el eufemismo de “afectación programada”. La traducción es simple: te cortan la luz antes de que el sistema colapse. Lo irónico es que el colapso ya es permanente.
Detrás de esta tragedia repetida están las mismas causas de siempre. De las 16 unidades termoeléctricas disponibles, siete están fuera de servicio por averías o mantenimiento, como si la palabra “fuera de servicio” hubiese sido inventada especialmente para Cuba. Estas plantas deberían aportar el 40 % de la energía nacional. El otro 40 % debía venir de los motores de generación distribuida, pero 84 centrales y el parque del Mariel están apagados por falta de diésel y fueloil. A eso se suman otras unidades que no funcionan por falta de lubricante. Básicamente, la mitad del país está a oscuras porque no hay combustible ni piezas ni dinero para comprarlos.
Expertos independientes llevan décadas explicando lo evidente: la crisis energética es hija directa de la infrafinanciación crónica y del control absoluto del Estado sobre el sector desde 1959. Pero el Gobierno prefiere culpar a las sanciones de Estados Unidos y repetirse el cuento de la “asfixia energética”. Mientras tanto, los cálculos no oficiales apuntan a que Cuba necesitaría entre 8.000 y 10.000 millones de dólares para rescatar un sistema eléctrico completamente podrido. La Habana no dispone de ese dinero, ni parece tener un plan real para conseguirlo.
El resultado es devastador: una economía paralizada, un país viviendo a tientas y un Gobierno que transmite más excusas que soluciones. En 2024 la economía cayó un 1,1 %, y en los últimos cinco años acumula una caída del 11 %. La CEPAL ya adelantó que este año el PIB volverá a ser negativo. Cuba se hunde entre apagones eternos, termoeléctricas del siglo pasado y un liderazgo incapaz de encender siquiera la esperanza. Mientras tanto, el cubano de a pie sigue haciendo milagros para sobrevivir en un país que parece decidido a vivir en la oscuridad.