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Por Luis Alberto Ramirez ()
Miami.- La nueva política económica del régimen de La Habana llega envuelta, como de costumbre, en un lenguaje técnico y supuestamente “modernizador”. Sin embargo, detrás de cada palabra se esconde el mismo propósito de siempre: exprimir aún más al ciudadano común para sostener una burocracia ineficiente, un aparato estatal obeso y una élite privilegiada que vive ajena a la realidad de las calles.
Entre las medidas anunciadas destacan la “actualización del costo de la canasta familiar normada”, la subida de las tarifas eléctricas y del transporte, la revisión de los precios de los combustibles en correspondencia con el valor del dólar en la región, la aplicación del Impuesto al Valor Agregado (IVA) y la llamada “dolarización parcial” de la economía. Todas, sin excepción, constituyen una carga adicional sobre un pueblo que ya no tiene de dónde sacar.
Comencemos por la canasta familiar normada. ¿Qué se va a actualizar si la libreta de abastecimiento se ha convertido en una reliquia del pasado? En las bodegas no hay ni arroz, ni azúcar, ni aceite, y cuando aparecen, los productos llegan con precios disparatados o cantidades simbólicas. Hablar de “actualización” en un sistema de distribución colapsado es, sencillamente, una falta de respeto.
Luego está la subida de la tarifa eléctrica. Esta medida, más que una decisión económica, parece una burla. En un país donde los apagones duran horas y a veces días, cobrar más por un servicio casi inexistente es el colmo del descaro. Es como si el régimen cobrara por la oscuridad que impone.
A continuación, la revisión del tipo de cambio y de los precios del combustible “en correspondencia con el valor del dólar en la región”. Este punto revela el nivel de cinismo oficial. El trabajador cubano no cobra en dólares ni en monedas convertibles; recibe un salario en pesos que no alcanza ni para comprar un kilo de pollo. En el mercado informal, el peso cubano vale menos que una hoja seca de guayaba, pero el régimen insiste en atar los precios al dólar como si existiera una economía normal, cuando en realidad solo hay una gran maquinaria de abuso y extorsión.
Y para completar el cuadro, el gobierno anuncia la aplicación del IVA, un impuesto que grava el consumo, en un país donde casi nadie tiene poder adquisitivo. En lugar de fomentar la producción o aumentar los salarios, se elige castigar al consumidor, como si el hambre fuera una falta que deba pagarse con impuestos.
Por último, la llamada “dolarización parcial”. ¿En serio? ¿En un país donde la mayoría no tiene acceso a dólares? Esa medida no busca estabilizar nada, sino reforzar la desigualdad: los que reciben remesas podrán sobrevivir, y los que no, se hundirán más en la miseria. Es la institucionalización de una economía de castas, donde los dólares deciden quién come y quién no.
En resumen, estas “reformas” no son más que un nuevo ajuste de tuercas a una población exhausta. No hay voluntad de resolver los problemas estructurales del país, ni de liberar las fuerzas productivas, ni de permitir la iniciativa privada sin control político. Todo se reduce a lo mismo: el régimen exprimiendo al pueblo para sostener su poder.
Cuba no necesita más “actualizaciones” ni “dolarizaciones parciales”. Lo que necesita es libertad económica, respeto al trabajo y un gobierno que sirva al pueblo, no que viva de él.