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Por Julietta Díaz
La Habana.- Miguel Díaz-Canel volvió a sacar su manual de frases recicladas y dijo, muy serio desde el Palacio de la Revolución, que “vamos a trabajar esta epidemia como mismo se trabajó la COVID-19”. Una frase que, en cualquier otro país, podría sonar alentadora; pero en Cuba, es sinónimo de improvisación, desabastecimiento y muerte. Porque si algo dejó claro la pandemia fue que el régimen es experto en propaganda médica, pero un desastre absoluto en gestión sanitaria. Lo que se “trabajó” durante la COVID fue el silencio de los hospitales, la falta de medicamentos, los médicos agotados sin equipos y la miseria disfrazada de heroísmo.
Ahora nos vienen con el mismo cuento, pero con mosquitos. Hablan de “Síndromes Febriles Inespecíficos” y “arbovirosis”, como si el lenguaje científico pudiera tapar la suciedad de los tanques sin tapa, los vertederos al aire libre y los barrios donde no hay ni una gota de agua para limpiar. La doctora de turno sale en televisión diciendo que se están “identificando los problemas a tiempo”, pero todos sabemos que en Cuba los problemas no se identifican: se esconden. En un país donde no hay insecticida, ni ambulancias, ni gasolina para fumigar, prometer control epidémico es un chiste cruel.
Durante la COVID, el gobierno convirtió la tragedia en espectáculo. Hicieron conferencias diarias, reportes teatrales y hasta himnos de resistencia, mientras la gente moría en los pasillos. Hoy repiten la fórmula: reuniones televisadas, doctores con frases ensayadas, y un presidente que pretende dirigir la ciencia como si fuera una célula del Partido. Es el mismo libreto con nuevos actores. Lo único que cambia es el virus. La mentira, en cambio, sigue intacta.
El castrismo ha perfeccionado el arte de maquillar la enfermedad con retórica. Dicen “ingresos domiciliarios” para no admitir que no hay camas. Dicen “seguimiento desde los equipos básicos de salud” para ocultar que los consultorios están vacíos y los médicos, emigrando. Hablan de “acciones en el terreno”, cuando en realidad no hay combustible ni para mover una moto. Y mientras tanto, el pueblo sigue con fiebre, sin medicamentos, con mosquitos zumbando dentro de las casas y un Estado que promete fumigar hasta la esperanza.
Si de verdad quieren “trabajar esta epidemia como la COVID”, lo lograrán: ocultarán cifras, manipularán estadísticas y llenarán los medios de aplausos falsos. Pero la realidad, como el dengue, siempre pica donde más duele. En Cuba, la única enfermedad crónica que no ha tenido cura es la mentira del poder. Todo lo demás —la fiebre, el virus, el mosquito— es apenas consecuencia de ese mismo mal que nos mata desde hace más de sesenta años.