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La lección de Ucrania a Cuba

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Por Yeison Derulo

Miami.- Ucrania acaba de darle una lección moral al régimen cubano. En medio de una guerra devastadora, el gobierno de Kiev —que no mantiene relaciones diplomáticas con La Habana— propuso un gesto humanitario sin precedentes: liberar a cuatro mercenarios cubanos capturados en el frente ruso y entregar los cuerpos de 41 fallecidos para que reciban sepultura en su tierra, a cambio de la excarcelación de diecinueve presos políticos.

Entre ellos, nombres que son sinónimo de resistencia: Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo, Lisandra Góngora y Miguel Díaz Bauza. Ucrania, país bombardeado y cercado, se permitió un acto de humanidad que la dictadura cubana no ha tenido ni en tiempos de paz.

Lo que está sobre la mesa no es solo un intercambio: es una prueba moral. Porque mientras Kiev ofrece compasión, La Habana ofrece silencio. Los mismos que enviaron jóvenes a morir en una guerra ajena, ahora deben decidir si esos muertos valen menos que los vivos que encerraron por pensar distinto. Los presos políticos cubanos no son terroristas ni criminales. Son poetas, activistas, madres, obreros, músicos; gente que un día decidió no callar más. Están ahí, en celdas húmedas y sin luz, pagando la osadía de haberle dicho al poder que Cuba no es suya, sino de todos.

La oferta ucraniana los desnuda. Los deja sin coartadas. Si el régimen acepta, deberá reconocer que sí existen presos políticos, esos mismos que durante años ha negado. Si rechaza, confirmará que la dictadura prefiere custodiar cadáveres ideológicos antes que liberar seres humanos de carne y hueso. Es una trampa ética, una emboscada diplomática perfecta. No hay salida honorable para quien ha hecho del encierro una política de Estado y del cinismo su forma de gobierno.

Mientras tanto, las familias de los mercenarios muertos esperan en silencio la noticia que nunca llega. Son padres que no vieron regresar a sus hijos, madres que no pudieron despedirse. Y al otro lado, las familias de los presos políticos rezan porque un gesto extranjero logre lo que su propio gobierno les niega desde hace años. Dos Cubas heridas se cruzan en un tablero ajeno: la que muere en guerra por obedecer y la que sufre en prisión por resistir.

Si La Habana tuviera un mínimo de vergüenza, respondería con humanidad. Pero en esa élite no queda espacio para la decencia. Ucrania ha hecho lo que el castrismo nunca haría: poner la vida por encima de la ideología. Ese gesto, nacido en el frente de batalla, tiene más nobleza que toda la retórica revolucionaria de seis décadas. Y si el régimen lo rechaza, quedará claro, una vez más, que no hay guerra más cruel que la que el poder libra contra su propio pueblo.

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