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Por Luis Alberto Ramirez.
MIami.- No iba a tocar este tema, porque mi diana es Cuba y otras yerbas malas de Latinoamérica, pero si no digo algo, reviento.
Los capitalistas son capaces de darle fuego a su casa si con ello pueden hacer un buen negocio, dijo Vladimir Lenin, o al menos la tradición que le atribuye la frase, dejó una imagen que sigue funcionando como metáfora: “Los capitalistas nos van a vender la soga con la que los vamos a ahorcar”.
La cita, repetida hasta el cansancio, resume la idea de que la avaricia y la miopía económica pueden llevar a los poderosos a colaborar, con su propia herramienta, en su propia ruina.
En 2025, la llegada a la alcaldía de Nueva York de Zohran Mamdani, un socialista democrático y el primer alcalde musulmán de la ciudad, sirve de potente detonante para volver a la pregunta: ¿cómo es posible que capitalistas o actores con grandes intereses económicos, terminen apoyando la llegada al poder de alguien que promete ahogarlos fiscalmente?
Primero, pongo en claro un hecho: la victoria de Mamdani fue masiva y según los liberales, se apoyó en un impulso popular fuerte, con numerosas donaciones pequeñas y una campaña de base que resonó en barrios con problemas reales de vivienda y transporte. Su plataforma incluyó propuestas como congelas de rentas, transporte público gratuito y aumentos salariales, y recibió elogios y respaldos desde ciertos sectores progresistas.
Dicho esto, hay varias hipótesis plausibles sobre por qué actores capitalistas podrían, directa o indirectamente, terminar financiando o beneficiándose de ese ascenso:
No todos los donantes que inyectan dinero en política viven o pagan impuestos donde sus candidatos gobiernan. Para inversores o gobiernos extranjeros, financiar a un alcalde que debilite la influencia estadounidense o que provoque inestabilidad económica localizada puede considerarse una jugada geopolítica o de mercado. Si los capitalistas que “apoyan” son foráneos, su objetivo no es la salud de Nueva York sino el beneficio estratégico o ideológico.
La lógica perversa del mercado es que la caída de precios de bienes raíces, acciones o activos puede generar oportunidades multimillonarias: comprar barato tras una crisis, recomponer carteras, adquirir activos públicos a precio de ganga. En esa lógica, un deterioro temporal de la economía o de la seguridad urbana, aunque perjudique a muchos, puede traducirse en ganancias enormes para quienes han apostado a la baja.
Los actores pueden financiar movimientos que, a corto plazo, generen ruido político y volatilidad útil para negocios concretos (por ejemplo, firmas de hedge funds que obligan a recompras, especuladores de bienes raíces, o empresas que venden servicios de “seguridad” y se benefician de las crisis). Es la vieja jugada de incendiar un edificio para vender las maderas para barriles de wishky.
No siempre el beneficio es inmediato o directo. A veces, financiar a candidatos que prometen reformas fiscales o regulaciones distintas es una manera de “reconfigurar” el tablero. Algunos capitalistas prefieren negociar condiciones nuevas que, aun con impuestos más altos, les dejen ventajas competitivas (subcontratación, subsidios sectoriales, exenciones puntuales).
En la política moderna abundan los esquemas donde dinero de “fuente X” fluye a campañas por canales opacos, o donde se financia tanto a candidatos A como B para asegurarse de que, gane quien gane, alguna línea de negocio esté protegida. La estrategia de “apostar a los dos caballos” es vieja y efectiva.
Conviene también recordar lo real: la narrativa de “los capitalistas lo financiaron” no encaja del todo con los reportes que señalan una campaña alimentada por pequeñas contribuciones y activismo de base. Es posible que las percepciones de financiamiento grande sean parte de la retórica política que busca explicar un resultado inesperado.
Finalmente: la frase atribuida a Lenin, que tiene muchas variaciones y una procedencia algo apócrifa según investigadores de citas, no deja de ser útil como advertencia moral y estratégica: la rentabilidad de hoy puede convertirse en la cuerda de mañana. Investigaciones sobre la fuente de la cita muestran que, aunque la frase se relaciona con Lenin en la cultura popular, su formulación exacta no aparece con claridad en los escritos publicados de Lenin; es, en parte, una metáfora que sobrevivió por su fuerza retórica, la vieja costumbre comunista “dilo tantas veces, que no se lo puedan sacar de la cabeza”.
Qué deberíamos sacar de esto. Primero, que la política y el dinero no siguen un único guion: intereses transnacionales, apuestas financieras, estrategias de cabildeo y donaciones pequeñas pueden converger en resultados inesperados. Segundo, que la atención ciudadana y la transparencia son la mejor defensa contra las lógicas opacas: saber quién dona, con qué objetivo y qué instrumentos financieros se usan para apostar contra o a favor de una ciudad debe estar en el centro del debate público. Y tercero, creo que la idea de “vender la cuerda” funciona como recordatorio: la codicia desatendida y la falta de control pueden crear instrumentos de autodestrucción para quienes, a la larga, creen estar comprando ventaja, que a veces los lleva a darse un tiro en el pie.
No es necesariamente un acto de altruismo o de traición único, sino la suma de intereses, apuestas y oportunidades, legales y oscuras, la que explica cómo y por qué, en política, la lógica del mercado a veces termina ayudando a quienes dicen querer desmontarla. Si la metáfora de la cuerda sirve de algo hoy, que sirva para no tener que recoger con palas las ruinas de esta nación.