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Tragedia para el pueblo, dinero para el régimen

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Por Luis Alberto Ramirez ()

Miami.- El régimen cubano, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), acaba de declarar que posee “una experiencia positiva de años de cooperación vinculada a la labor humanitaria” con la Iglesia Católica. Detrás de esa frase diplomática se esconde, una vez más, la intención de mantener el control absoluto sobre toda ayuda que llegue al país, incluso la que se gestiona con fines puramente humanitarios.

En este caso, se trata de los tres millones de dólares canalizados desde Estados Unidos para los damnificados por el huracán Melissa, y ya el Gobierno ha dejado claro que intervendrá directamente en su distribución.

¿Recuerdan que se los dije? El régimen jamás permitiría que la Iglesia Católica, ni ninguna otra institución independiente, entregara ayuda sin su manipulación y supervisión. En Cuba, nada se mueve fuera de las manos del Estado, ni siquiera los gestos de solidaridad. De una u otra manera, el aparato gubernamental encuentra la forma de “meter sus narices”, controlar los recursos y decidir quién recibe qué y cuándo. No es casualidad: el control de la miseria es una herramienta de poder.

Todo a conveniencia

Mientras tanto, la otra ayuda internacional, que ya supera los cincuenta millones de dólares, también está asegurada bajo su custodia. El Estado se erige como el único intermediario entre la solidaridad del mundo y la necesidad del pueblo, convirtiendo las tragedias nacionales en oportunidades políticas y económicas. En vez de asumir su responsabilidad social, el régimen delega esa carga en la comunidad internacional, aprovechando el sufrimiento ajeno para alimentar su propio discurso de resistencia y su maquinaria burocrática.

En Cuba, los huracanes no solo destruyen viviendas, cosechas y esperanzas; también dejan al descubierto la perversidad de un sistema que transforma cada desastre en un negocio político. Para el pueblo, Melissa fue una desgracia; para el Gobierno, una bendición disfrazada de catástrofe. Porque mientras el pueblo espera ayuda, el régimen hace cálculos: cuánto llega, cuánto se queda, y cuánta propaganda puede sacar de ello.

Al final, la solidaridad mundial que busca aliviar el dolor del pueblo cubano termina siendo utilizada por un régimen que no conoce la vergüenza, pero sí la conveniencia. En Cuba, hasta la tragedia es del Estado.

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