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El caso Gil, culpable de todo: ¿justicia o purga política en Cuba?

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Por Jorge L León (Historiador e investigador)

Houston.- ¿Es Alejandro Gil realmente el culpable de todos los males económicos y políticos que hoy enfrenta Cuba, o es simplemente el chivo expiatorio de una crisis mucho más profunda? El exministro de Economía y Planificación, destituido en 2024 y ahora acusado formalmente de espionaje, corrupción y otros delitos económicos, se encuentra en el centro de una tormenta donde la línea entre justicia y purga política se vuelve cada vez más difusa.

La reforma monetaria y el ordenamiento económico que Gil lideró, aprobados y respaldados por la cúpula del Partido Comunista, desataron un terremoto social marcado por la inflación, el desabastecimiento y el aumento desmedido del costo de vida. Sin embargo, él es señalado como el responsable único de ese desastre. Esta contradicción no puede pasarse por alto: ¿cómo es posible que una reforma diseñada y avalada por la estructura oficial culpe a un solo hombre por sus errores?

La acusación formal presentada por la Fiscalía, aunque grave, resulta enigmática por su escasa transparencia. Se le imputa espionaje, un cargo de enorme peso en cualquier régimen autoritario, junto a delitos económicos como malversación y sobornos. Sin embargo, el detalle de las pruebas no ha sido dado a conocer, dejando un vacío inquietante que alimenta más preguntas que respuestas. ¿Qué tipo de información habría pasado Gil a agentes extranjeros? ¿Por qué un economista convertido en figura clave de una política estatal se ve ahora señalado como traidor? ¿Será esta una forma de silenciar voces incómodas y reordenar el poder interno?

La corrupción está en las entrañas del régimen

En Cuba, el uso de cargos de espionaje con frecuencia va más allá del ámbito legal para convertirse en un arma política. Acusar a Gil de espionaje puede no solo justificar un castigo severo, sino también servir para aislarlo, desacreditarlo y enviar una señal clara a otros funcionarios sobre los límites del disenso. Este escenario encaja con la idea de que el caso Gil es menos un proceso judicial transparente y más una maniobra para consolidar facciones y controlar la narrativa dentro del Partido Comunista.

Con todos estos ingredientes auguro que difícilmente nos enteremos del juicio, quizás una nota o cintillo con la sentencia, cadena perpetua o muerte… Así funcionan estos miserables.

La corrupción, por otra parte, es un problema estructural que recorre las entrañas mismas del régimen cubano, con redes de enriquecimiento ilícito y clientelismo que afectan a la mayoría de la jerarquía. El caso Gil, entonces, podría estar encubriendo algo más grande, siendo un sacrificio necesario para desviar la atención pública y contener la crisis que amenaza la estabilidad del sistema. La acusación dirigida a un solo hombre, sin transparencia ni detalles públicos, alimenta la sospecha de que la verdadera red de corrupción y traición permanece oculta.

Un engranaje turbio

La opacidad con la que se ha manejado el caso genera la impresión de que estas sanciones encubren una lucha interna mucho más cruda de lo que se reconoce públicamente. No es descabellado pensar que detrás de la destitución y el procesamiento de Gil existen intereses ocultos que buscan desplazar a facciones rivales dentro del Partido Comunista, proteger a actores clave involucrados en negocios turbios o incluso desviar la atención de crisis mayores, como el colapso económico y social que vive el país.

Las acusaciones, al carecer de transparencia y pruebas claras, parecen más una herramienta para legitimar purgas selectivas que para impartir justicia real. En este escenario, Gil se convierte en el chivo expiatorio perfecto, una pieza sacrificable para preservar un sistema fracturado y cada vez más incapaz de sostenerse sin recurrir al uso del miedo y la manipulación política.

Este caso es, en definitiva, un espejo de la crisis que atraviesa Cuba. Un reflejo donde las fronteras entre justicia y política se disuelven en un régimen que necesita culpables visibles para mantener su control. Alejandro Gil puede ser el rostro de ese castigo, pero detrás suyo hay un entramado oscuro de poder, miedo y silencios que aún está por descubrirse.

¿Hasta qué punto la verdad está siendo manipulada? ¿Qué intereses quedan protegidos en la sombra? Y, finalmente, ¿es este juicio el final del camino para Gil, o apenas el comienzo de un capítulo más profundo y complejo que nadie se atreve a contar?

Por mi parte, lo afirmo con toda claridad: con respecto a este caso, no creo ni una palabra. Todo el engranaje es turbio, tramado en la penumbra de un poder que se limpia las manos mientras esconde, quién sabe, qué secretos. La historia dirá, pero hoy, la duda lo cubre todo.

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