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Altamira bajo ruinas: «El pueblo se salvó solo»

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Por Yosmany Mayeta Labrada

Santiago de Cuba.- Lastimoso. Doloroso. Inaceptable.

Así amaneció Altamira y gran parte de Santiago de Cuba tras el paso de Melissa: casas sin techo, paredes desplomadas, hogares tragados por deslaves, abuelos llorando entre escombros y familias que lo perdieron todo en cuestión de horas.

Muchas viviendas, ya deterioradas durante años, cedieron ante el embate del huracán. Pero no fue solo la fuerza de la naturaleza: fue el peso del abandono acumulado.

Y aun así, en medio del desastre, se vió lo más grande de este pueblo: fue la vecindad la que cargó a los ancianos, la que abrió puertas, tendió colchones, compartió un pedazo de pan y ofreció techo en medio del huracán.

El pueblo evacuó al pueblo. Punto

Mientras tanto, círculos infantiles y escuelas quedaron sin ventanas, hospitales y policlínicos incomunicados, árboles y postes caídos bloqueando caminos, y la pregunta que retumba en cada esquina es la misma: ¿Dónde estaba el Estado cuando había que reforzar, reparar y prevenir?

Porque no nos engañemos: Melissa golpeó fuerte, sí.

Pero lo que derrumbó casas no fue solo el viento, fueron décadas de negligencia, de “mañana vamos”, de discursos sin obras y promesas sin cemento.

Y ahora, con lágrimas en los ojos y fango en los pies, cuando el dolor camina por las calles, aparecen los recorridos oficiales, las cámaras y los partes fríos, cuando lo que la gente necesita es acción, no propaganda.

A las autoridades les digo claro: no culpen al huracán de lo que ustedes dejaron caer años antes.

No vinieron a salvar, llegaron tarde a mirar.

Altamira no pide lástima.

Altamira exige respeto, soluciones y transparencia.

Porque si algo quedó demostrado esta vez, es que cuando todo tiembla, cuando las paredes caen, cuando el miedo entra por el techo, no fue el gobierno quien sostuvo a la gente.

Fue la gente quien sostuvo a la gente.

Y eso, señores, es la derrota más grande de un sistema que se dice protector del pueblo.

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