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En el año 1666, Europa aún temblaba ante la peste. Las ciudades enteras se cubrían de silencio, las campanas no dejaban de sonar y el miedo viajaba más rápido que cualquier mensajero.
Para evitar el contagio, en algunas calles se colocaron estas curiosas piedras talladas con la inscripción “Plague” —peste—.
En su parte superior tenían una cavidad donde se vertía vinagre, pues se creía que el líquido podía purificar las monedas y las manos de quienes comerciaban en tiempos de epidemia.
Los aldeanos depositaban allí el dinero para comprar pan o medicinas, y lo recuperaban después de sumergirlo en el vinagre. Era, en esencia, una estación de desinfección del siglo XVII.
Esta réplica recuerda cómo, incluso en medio del miedo y la superstición, las personas buscaban una forma de protegerse y mantener un poco de humanidad.
Porque en toda época, el instinto de sobrevivir siempre encuentra su camino.