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El expolio ilustrado de Mayabeque: robo en la oficina del gobernador

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Por Jorge Sotero ()

Alguien, con una delicadeza de gourmet y un ojo clínico para lo realmente valioso, decidió hacer limpieza en la oficina del gobernador de Mayabeque, don Manuel Aguiar Lamas. No fue un robo cualquiera, uno de esos allanamientos vulgares donde solo se llevan el televisor y la caja fuerte.

Esto fue más bien una cura de adelgazamiento forzosa para el patrimonio del líder, una selección minuciosa de los tesoros que definen a un servidor público en la cúspide de su carrera. Los cacos, que tienen más de comisarios del gusto que de ladrones, operaron con la meticulosidad de un editor que prepara una antología.

Lo primero, el guardarropa. Se llevaron un traje, tres guayaberas y varios pullovers con las efigies del Che y Fidel. Uno piensa en la escena: los hampones discutiendo en susurros, a la luz de una linterna, sobre la talla y el valor histórico-sentimental de una sudadera con la cara del Guerrillero Heroico. «Esta la usa para los plenos», le dice uno al otro, con la solemnidad de un perito en relicarios. No tocaron los documentos, los sellos oficiales o el computador. Prefirieron los calzoncillos. La historia se escribe, a veces, en la ropa interior.

Pero el detalle que transforma el hurto en una obra de arte de la sátira son los preservativos, esos que el gobernador guardaba, se supone, para sus infidelidades habituales. Los ladrones, en un acto de pedagogía ciudadana, han expuesto ante el mundo la verdadera caja fuerte de un hombre de poder: no está en el dinero, sino en la capacidad de seguir cometiendo travesuras. Se llevaron también la máquina de afeitar Gillette Mach5, dejándolo, simbólicamente, desprotegido tanto para el corte de barba como para el corte de romances.

Un golpe fino al amante de todas las mujeres

La despensa fue otro capítulo de esta epopeya del despojo. Se hicieron con las dos botellas de ron Havana Club, por la mitad, demostrando una honestidad brutal: no eran unos cualquiera, no dejaron las botellas vacías como unos miserables. Se las llevaron a medias, en un gesto que mezcla la codicia con un extraño sentido de la equidad. Y luego vaciaron el refrigerador con la dedicación de una familia que se muda: hamburguesas, chorizos, pan, yogur, helado… Nada de caviar. El paladar de los ladrones, como el del pueblo, es democrático.

Uno lee la lista de lo sustraído y se pregunta si no habrá sido, en realidad, una performance de algún colectivo artístico crítico con el régimen. Porque robar una oficina blindada para huir con unos calzoncillos usados, unos condones, medio ron y un helado es la mejor metáfora del vacío que se pretende ocultar tras las fachadas de mármol. Lo único seguro es que el gobernador Aguiar Lamas se ha quedado sin afeitar, sin cenar, sin sus pullovers revolucionarios y, lo que es peor, sin su preciado arsenal para la traición conyugal.

Lo peor, lo verdaderamente genial del asunto, es que los tipos se robaron una de las oficinas más protegidas de la provincia. O la que más. Eso es lo que duele. No el yogur, ni los calzoncillos. Duele la evidencia. La prueba material de que la seguridad es tan sólida como un helado bajo el sol caribeño, y que la autoridad puede ser desvalijada, dejándola en calzoncillos, literal y metafóricamente. Ahora, don Manuel tendrá que explicar no solo el robo, sino para qué necesitaba tantos condones en su despacho oficial. Alguien que le lleve una guayabera, por favor.

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