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Vamos a hacer voluntario lo que no hace el presidente

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Por Anette Espinosa ()

La Habana.- Hay que hacer algo, la verdad. No se puede estar así, viendo cómo el país se nos cae a pedazos y el presidente, tan ocupado, no da abasto. Tiene la agenda llena, debe ser eso. Entre una reunión y un acto de masas, no le quedan horas en el día para lo pequeño: que haya luz, que arranque una guagua, que un niño tome leche, que un viejo no muera solo.

Son detalles. Por eso se me ocurre una idea maravillosa, una de esas ideas que te salen cuando ves a un hombre importante empuñando un rastrillo con la solemnidad de quien desentierra un principio. Si él convoca trabajos voluntarios para limpiar la basura que sus servicios no recogen, ¿por qué no ir un paso más allá? Organicemos un trabajo voluntario masivo, ciudadano, para hacer todo lo demás.

Podríamos empezar por las termoeléctricas. Que el próximo domingo, en lugar de jugar al dominó a la sombra, nos juntemos todos con una llave inglesa y un manual de instrucciones descargado de Internet. Gente común, con sudor en la frente y fe en el corazón, tratando de descifrar por qué una máquina de millones de dólares no da más de sí.

Sería bonito, ¿verdad? Ver a un contador de Villa Clara, con sus meriendita en la mochila, ajustando una turbina, mientras un estudiante de medicina le sujeta la linterna del móvil. El presidente nos ha enseñado que con amor y esfuerzo se mueven montañas. O al menos, se mueve la basura de una esquina a un vertedero improvisado. Es casi lo mismo.

Brigadas, colectas… sustituir a los gobernantes

Y luego está el tema del transporte. ¿Qué tal si hacemos una colecta nacional de bicicletas viejas y las pintamos de colores? Las llamaríamos «guaguas patrióticas». O mejor aún: que la gente ofrezca voluntariamente los asientos de sus carros. Un acto de amor, un «te llevo» que una más a la familia cubana.

Claro, habría que sortear los baches, que son otra forma de paisaje. Pero nada que no se resuelva con otro domingo de voluntariado, esta vez con palas y mezcla, llenando hoyos como si fueran tareas de la escuela, pero en la vida real. Así, entre todos, haríamos las carreteras que el Ministerio del Transporte ya no hace.

También haría falta un trabajo voluntario para la Salud Pública. Como faltan médicos, podríamos turnarnos para leer libros de medicina en voz alta en las salas de espera. Los diagnósticos serían colectivos, una asamblea en cada consultorio. «A ver, levante la mano quien crea que lo que tiene Carlos es un espolón», o que Marrero tiene la barriga grande porque es diabético.

Y para las farmacias, otro equipo: gente rebuscando en los botiquines de sus casas, donando una aspirina, un antiácido, lo que sobre. Sería lindo, un trueque de pastillas en la plaza del pueblo, como en las ferias de antigüedades, pero con esperanza de no morir en el intento.

Hacer lo que el gobierno no hace

Y no olvidemos a los ancianos y los niños. Podríamos crear un sistema de abrazos voluntarios. Que cada joven «adopte» a un abuelo para visitarlo y que no se sienta solo. Y para los niños, una red de madres que presten su pecho a los bebés cuya madre no tiene leche. NI en el pecho, ni de vaca, y menos en polvo.

Suena radical, lo sé, pero es que la situación es radical. El presidente pide sacrificio, y esto no es más que eso: el sacrificio de hacer, por amor, lo que el Estado ya no puede hacer porque está muy ocupado en existir.

Al final, quizás nos daríamos cuenta de que el país entero se ha convertido en una gigantesca brigada de voluntarios. Todos trabajando gratis para suplir el vacío que deja un poder que ya no sirve, salvo para convocar a limpiar lo que él mismo ensucia.

Sería la revolución dentro de la revolución: el día en que los ciudadanos, cansados de esperar, decidieron gobernar ellos mismos, sin sueldo y sin permiso, en un acto de amor infinito y de una ironía aún mayor.

Eso sí, el primer acto voluntario tendría que ser una marcha multitudinaria hasta todos los centros de poder y no dejar títere con cabeza. Y miren que hay títeres.

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