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Por Yeison Derulo
Holguín.- A partir del 29 de octubre volverán a verse turistas rusos en el aeropuerto Frank País de Holguín y de regreso a Moscú el avión llevará cientos de mercenarios cubanos para apoyar la invasión rusa a Ucrania. La aerolínea Nordwind, con el operador Pegas, retomará los vuelos directos entre Moscú y la llamada Ciudad de los Parques. En teoría, una buena noticia para el turismo cubano; en la práctica, otro intento desesperado de la dictadura por maquillar la crisis más profunda que ha tenido el país en los últimos 60 años.
El gobierno cubano celebra la reapertura como si estuviera firmando el tratado de Tordesillas. Hablan de “puente aéreo”, de “mercado emisor”, de “paquete turístico”, pero lo que no dicen es que el 90 % de los hoteles del país están medio vacíos, que el turismo nacional no existe, que los pocos visitantes que llegan lo hacen a un país donde no hay ni cerveza fría, ni luz garantizada, y que de vuelta al país de Putin van almas inocentes a coger un fusil por la falsa promesa de unos cuantos dólares.
El turismo ruso es, más que una esperanza, una muleta económica para un régimen que ya no puede sostenerse ni con las remesas. Holguín es el nuevo juguete. Ya lo fue Varadero, después Cayo Coco, ahora le toca a la provincia donde se han registrado algunos de los mayores apagones del año. Mientras la gente hace colas para un litro de aceite, el régimen anuncia con bombos y platillos la alianza entre el grupo hotelero ruso Cosmos y Gaviota S.A. para administrar el flamante “Sierra Cristal by Cosmos Hotels”, un resort de cinco estrellas enclavado en la península de El Ramón de Antilla. El lujo importado a una tierra sin pan.
No hay que ser economista para entender lo que pasa. Cuba se está convirtiendo, paso a paso, en una sucursal del Kremlin en el Caribe. Ya los niños «aprenden» ruso en las escuelas, los ministros viajan a Moscú a rendir pleitesía y ahora los hoteles se rebautizan con nombres eslavos. Todo bajo el mismo guion: aparentar desarrollo, cuando en realidad se entrega soberanía a cambio de un poco de combustible y un puñado de turistas.
El turismo ruso, aunque rentable para los hoteles militares de Gaviota, es una metáfora perfecta del país: entra por arriba, pero no toca tierra. Los turistas verán playas, ron y sonrisas, pero jamás sabrán que a pocos kilómetros hay un hospital sin jeringuillas o un barrio apagado desde hace tres días. A los rusos se les venderá el paraíso, y al cubano se le seguirá vendiendo el discurso de la “amistad eterna”.
Así que el 29 de octubre no se abrirá ningún puente entre Moscú y Holguín. Se abrirá otra herida. Otra puerta a la dependencia, al servilismo y a la mentira institucionalizada. Los vuelos llegarán puntuales, los hoteles se llenarán de vodka, los titulares del Granma hablarán de “hermandad estratégica”. Pero debajo de esa alfombra de cinco estrellas seguirá el mismo país roto, sin luz, sin pan, sin libertad. Y eso, ni Pegas, ni Nordwind, ni el mismísimo Putin pueden ocultarlo.