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Por Claudio di Girolamo

Los Ángeles.- Shohei Ohtani volvió a desafiar las leyes de la lógica y del béisbol moderno en el juego cuatro de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional entre los Dodgers y los Cerveceros. El japonés convirtió el Dodger Stadium en un espectáculo propio: tres jonrones, diez ponches y seis entradas sin permitir carreras. Un hombre solo bastó para inclinar la serie. A veces, el béisbol necesita recordar que todavía existen jugadores que parecen sacados de una fábula, y Ohtani lo hizo a su manera: con furia, precisión y una serenidad que solo tienen los genios. El japonés es un show.

Desde el primer turno al bate dejó claro que sería su noche. Conectó un cuadrangular descomunal por el jardín derecho, el primero de un lanzador en abrir un partido de postemporada con jonrón. La pelota viajó más allá del muro y del asombro. En el cuarto inning repitió el truco, y en el séptimo completó la trilogía con otro batazo que arrancó aplausos hasta de los rivales. Tres jonrones, tres rugidos del público y una certeza: nadie juega a este deporte como él.

Mientras el bate hacía historia, su brazo escribía otra página de oro. Ohtani lanzó seis entradas impecables, ponchando a diez y permitiendo apenas dos hits. La bola se le escapaba a los Cerveceros como si tuviera vida propia. La combinación de velocidad y control fue quirúrgica, una sinfonía de 100 lanzamientos exactos que terminó con una ovación cerrada. En la colina, Ohtani no compite: domina.

La actuación no solo significó una victoria más; fue una demostración de poder absoluto en el momento más decisivo del año. Los Dodgers están de nuevo en la Serie Mundial, impulsados por el fenómeno que los ha redefinido desde su llegada. Lo que antes era un equipo sólido, ahora parece un ejército inspirado por un solo hombre que juega dos posiciones y las domina ambas.

Cuando el juego terminó, los fanáticos sabían que habían presenciado algo que difícilmente se repetirá. Ohtani no solo es el mejor pelotero del mundo: es el espectáculo total, el milagro de carne y hueso que hace que el béisbol vuelva a sentirse como arte. Y si el destino quiere justicia, este octubre debería llevar su nombre grabado en letras de oro.

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