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La guataquería de Canel y el silencio de Putin

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Por Yeison Derulo

La Habana.- Miguel Díaz-Canel volvió a hacer gala de su especialidad: la guataquería diplomática. En esta ocasión, el motivo fue el cumpleaños número 73 de Vladímir Putin, a quien el mandatario cubano felicitó en X con una ternura digna de una serenata. “Mis más sinceras felicitaciones al estimado presidente de la Federación de Rusia… mucha salud y ventura personal”, escribió el hombre que dirige un país en apagón perpetuo y crisis sistémica.

Canel parece no entender que ni la salud ni la ventura de Putin le resolverán el hambre al pueblo cubano, ni mucho menos los apagones que nos están dejando ciegos y locos.

Lo que resulta risible —por no decir patético— es que mientras Canel derrama miel sobre Moscú, el Kremlin ni se inmuta. Putin no le respondió, no lo felicitó en su cumpleaños, ni le mandó una aspirina de regalo. Esa es la diferencia entre un aliado real y un peón sin relevancia. Cuba lleva años doblando la cerviz ante Rusia, pero Moscú solo devuelve promesas vacías y un par de litros de petróleo cada seis meses que se gastan en par de minutos como los discursos revolucionarios de la Plaza de la Revolución.

Putin no ayuda a Cuba. No lo ha hecho ni lo hará. Lo suyo es mantener el teatro geopolítico, el mismo que Limonardo repite como papagayo para justificar su papel de súbdito. Mientras en la isla la gente busca pan y luz, en el Kremlin se fuman los cigarros de la amistad con la indiferencia de quien sabe que tiene al mendigo asegurado. El “hermano país” que tanto menciona el presidente cubano apenas le presta atención, pero el esposo de la Machi insiste en aplaudir como si los rusos fueran los salvadores del Caribe.

Esta guataquería no es un gesto diplomático, sino una muestra de servilismo político. Díaz-Canel se comporta como el alumno desesperado por el elogio del maestro, aunque el maestro ni recuerde su nombre. No hay honor ni coherencia en felicitar a quien te ignora. Mucho menos en halagar al líder de una potencia que no ha movido un dedo para aliviar la miseria cubana. Es el colmo de la sumisión y el ridículo.

Canel podría aprovechar esos mensajes empalagosos para hablarle al pueblo, no a Putin. Podría usar X para pedir perdón por el desastre nacional o reconocer que el modelo fracasó. Pero no, prefiere enviar saludos a un dictador que ni siquiera se digna a devolver el gesto. Así anda la diplomacia cubana: de rodillas, con la dignidad hipotecada y el alma vendida a quien más ignora su miseria.

Cuba no necesita más felicitaciones; necesita gobernantes que dejen de hacer el papel de bufones en la corte rusa.

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