Enter your email address below and subscribe to our newsletter

La biblioteca del vacío: Raúl Castro en nueve tomos

Comparte esta noticia

Por: Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- Resulta que ahora Raúl Castro es un intelectual. Al menos eso intentan hacernos creer los editores oficiales que han reunido, nada menos, que nueve tomos de discursos, anécdotas, informes y letanías políticas, con la pretensión de ofrecer al país la “obra escogida” del hermano menor. Lo irónico es que ese título, lejos de engrandecerlo, lo desnuda: nueve volúmenes dedicados a un hombre que jamás tuvo una idea propia.

A simple vista, la tarea parecía imposible: ¿cómo llenar miles de páginas con las palabras de alguien que vivió repitiendo consignas ajenas? Pero el aparato propagandístico cubano es especialista en milagros ideológicos. Cuando la historia no ofrece méritos, se los inventa. Y así nació la “biblioteca del vacío”, una colección que pretende dar profundidad a quien solo supo reproducir la superficie del poder.

Raúl Castro no fue un pensador, ni un estratega, ni un creador. Fue, a lo sumo, el eco disciplinado de un hermano omnipresente. Fidel pensaba —y mal—, pero pensaba. Raúl simplemente obedecía, asentía, firmaba. Su única virtud política fue la fidelidad al desastre.

Nueve tomos para recordar sesenta y seis años de errores, fraudes, miseria y represión. ¿Qué puede encontrarse en semejante compendio? Las mismas frases gastadas, las mismas promesas incumplidas, las mismas arengas huecas que convirtieron al país en un experimento fallido.

Cada tomo es un espejo del vacío: páginas que no enseñan, no conmueven y no inspiran. Son la biografía del conformismo, el archivo de la obediencia, el monumento al oportunismo político elevado a doctrina.

El régimen necesita perpetuar mitos

Detrás de esta “obra monumental” hay algo más que propaganda: hay desesperación. El régimen necesita perpetuar mitos, aunque sea inventándolos. Ya no basta con glorificar al “Comandante en Jefe”; hay que fabricar también un “pensador sustituto”. Y ahí entra Raúl, convertido por decreto en sabio, en estratega, en heredero del verbo y de la luz.

Pero, ¿qué luz? La que nunca tuvo. Raúl Castro jamás produjo una idea, una teoría, un pensamiento original. Su legado, si existe, se reduce a haber administrado el derrumbe con una sonrisa burocrática.

Se dice que China financió tres mil ejemplares de esta colección. No podía ser de otro modo: la complicidad entre tiranías también se edita. En Cuba nadie hubiese concebido idea tan absurda. En una isla donde falta el pan, el aceite y el papel sanitario, imprimir nueve tomos de elogio a un burócrata se convierte en un acto de humor negro.

La “obra escogida” de Raúl Castro pasará a la historia no por lo que contiene, sino por lo que revela: el miedo de un sistema que necesita llenar su vacío con tinta. No hay pensamiento, no hay reflexión, no hay legado moral. Solo el intento desesperado de que el silencio no se note.

Nueve tomos no bastan para fabricar un pensamiento, ni nueve imprentas para disfrazar la mediocridad. Raúl Castro nunca fue un hombre de ideas, sino de reflejos. Su “obra” es la huella impresa del vacío que deja una dictadura cuando intenta hacerse pasar por cultura.

Deja un comentario