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En las vastas llanuras del oeste, donde la frontera americana aún era salvaje, John Colter se convirtió en leyenda. Había nacido en 1774 y fue uno de los exploradores que acompañó a Lewis y Clark en su célebre expedición. Pero lo que grabó su nombre en la historia no fue el descubrimiento de nuevas tierras, sino una carrera contra la muerte.
Capturado por guerreros Pies Negros, Colter esperaba una ejecución rápida. Pero no fue así. Lo desnudaron, lo llevaron a la pradera… y lo soltaron. El juego cruel había comenzado: él sería la presa, ellos los cazadores.
Colter corrió. Diez kilómetros sobre la hierba y la tierra ardiente, atravesando matorrales que desgarraban su piel, con los pulmones ardiendo y la sangre marcando el camino. Detrás, los gritos de sus perseguidores. Adelante, solo la nada. Pero no se detuvo.
En la orilla de un río, cuando parecía que ya no quedaban fuerzas, Colter se giró con desesperación y mató a uno de sus perseguidores con su propia lanza. Luego se zambulló en el lodo, ocultándose en la madriguera de un castor. Allí, inmóvil y jadeante, escuchó cómo los guerreros lo buscaban en vano. Esa noche, cuando por fin se retiraron, emergió cubierto de barro, temblando, pero vivo.
Sobrevivió no por armas, no por aliados, sino por una fuerza primitiva: la voluntad de no rendirse.
Colter murió en 1813, pero su hazaña se convirtió en mito. Los hombres de frontera lo recordaban con una mezcla de asombro y respeto: el explorador que corrió desnudo hacia lo imposible… y ganó.
La historia de John Colter nos recuerda que, a veces, la única arma que queda es la resistencia, y que hay momentos en que seguir corriendo es el único modo de desafiar a la muerte. (Tomado de Datos Históricos)