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Por Oscar Durán
La Habana.- Lo vi venir desde lejos, no lo perdí de vista. Yo estaba tomando cervezas en una Mipyme y él venía descalzo con un saco blanco empercudido donde se alcanzaba a leer en letras azules “arroz vietnamita”.
Fue directo al cesto del local a ver si había latas de cerveza vacías. No tuvo suerte. Casualemente un anciano de 82 años, antiguo profesor de Química del pueblo, se las había llevado todas.
Me miró con pena y, ante su evidente fracaso, se acercó a pedirme 200 pesos. La primera vez que vi una escena parecida fue en las aventuras Los papaloteros, cuando Cutú Cutú le pedía dinero a un tapicero que vendía números de loterías.
El niño se llama Yeraldy, tiene 12 años y vive con su abuelita de 92 años. No tiene a nadie más. Quizás la Revolución, con su eslogan de no dejar abandonado a nadie, pudo ser su mejor compañía, pero la Revolución no solo ha abandonado a Yeraldy, lo ha hecho con millones y millones de cubanos.
-“¿Qué quieres ser cuando seas grande?”, le pregunté.
-”Médico, porque quiero salir de misión y traerle una planta a mi abuelita”, me dijo.
Saqué del bolsillo un billete de 500 pesos y se lo di. Muy poco dinero para un inocente, pero no me quedaba más que eso. Ahí mismo se sentó a mi lado y me contó que hace tres noches intentó suicidarse porque la está pasando mal.
-“Solo puedo comer una vez al día, abuela se está muriendo y ni agua tenemos para tomar”, me dice.
A uno le duele escuchar estas cosas. Ya está cayendo la tarde y va a llover. A Yeraldy le da lo mismo. Debe seguir recogiendo latas, con su saco empercudido donde una vez hubo arroz vietnamita que el Estado vendía a cinco pesos la libra.
Cuba entera está apagada en todos los sentidos. Este mismo escenario: un niño recogiendo latas vacías, pidiendo dinero, sin haber comido en todo el día. Es una imagen común en cualquier pueblo. Como Yeraldy, hay miles y miles de niños tratando de lograr tres kilos para no morir de hambre.
La escena es tan recurrente que uno quiere ver estas cosas y volverse huérfano de sentimientos, seguir de largo como si la imagen de un niño de 12 años con un pulóver de rayas y un saco al lado no me importara. Pero no puedo. Sufro. Lloro.
¿Cuántas horas le dedicas al estudio?, le pregunté.
“Ninguna, si no tengo maestra. Desde el primer día del curso solo damos Educación Física y después nos mandan para la casa”, ripostó.
Esta historia pasó el pasado miércoles, mientras la mayoría de los cubanos eran obligados a plasmar firmas en apoyo a Nicolás Maduro y en las calles había un rumor sobre la muerte de Raúl Castro.
Cómo duele Cuba, carajo. Ya uno no sabe qué hacer con Cuba. A veces me dan ganas de matar al castrismo, pero el castrismo nos tiene muerto a todo desde hace más de medio siglo.