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El gran engaño: la bancarización en Cuba o cómo el Estado le pasó su quiebra al pueblo

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- En Cuba, el gobierno ha descubierto una fórmula mágica para resolver sus problemas: convertirlos en los tuyos. ¿Se acuerdam de la “bancarización”, aquel proceso que en teoría buscaba modernizar la economía, pero que en la práctica no era más que el traspaso de la quiebra estatal a la población? Entonces sabr´n a qué me refiero.

El Estado, que admitió no tener los recursos en divisas para imprimir el papel moneda que su propia emisión descontrolada exigía, decretó que el dinero debía vivir en un lugar abstracto: las tarjetas magnéticas y las aplicaciones. Así, un problema de contabilidad nacional se transformó en una pesadilla cotidiana para millones de personas.

Ordenaron que el dinero real, ese que se palpa y se guarda en el bolsillo, dejara de existir, y que a partir de ahora todo sería un número en una pantalla. Pero se olvidaron de un detalle: para que eso funcione, se necesita electricidad, teléfonos, cajeros automáticos y, sobre todo, confianza. Y en Cuba, todo eso escasea más que el pollo en la bodega.

Mientras el Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, reconocía que se estimula este proceso sobre todo entre las formas de gestión no estatal al no alcanzarse los resultados esperados, la gente sufre las consecuencias en carne propia. La orden era clara: priorizar los canales electrónicos. Pero la realidad es tozuda.

En un país donde casi la mitad de las radiobases de telefonía carecen de respaldo eléctrico, un apagón no significa solo quedarse a oscuras, sino también quedarse sin dinero. Sin conexión, no hay Transfermóvil, no hay EnZona, no hay forma de pagar o cobrar. La vida económica se paraliza. Los cubanos, que ya tenían que hacer cola para el pan, ahora hacen cola para la señal de internet. Y en medio de este caos, el gobierno espera que creas que esto es modernidad.

El sueño digital es un onanismo

El sueño digital choca, además, con una infraestructura que es una broma de mal gusto. Cuba es probablemente el país con menos cajeros automáticos del mundo. Para que te hagas una idea, en toda la provincia de Villa Clara, una de las más pobladas, existen solo 31 cajeros automáticos . Se ha reportado que, solo en La Habana, de ocho cajeros cercanos a una zona, dos estaban desactivados, dos no funcionaban hace tiempo y los cuatro restantes casi siempre estaban sin efectivo.

Las interminables colas frente a estos aparatos son la imagen más clara del fracaso. Gente que madruga para, con suerte, poder extraer parte de su salario. Personas mayores que bloquean las máquinas por la dificultad de usarlas, dejándolas fuera de servicio. Un infierno burocrático y tecnológico que se aleja de la promesa de un sistema «rápido y eficiente» .

Ante esta asfixia, la inventiva cubana ha dado a luz un nuevo y triste mercado: la compra-venta de efectivo. Como los bancos no te dan tu propio dinero, han surgido intermediarios que te “ayudan”… por un precio.

Es común que por cada 100 pesos que tienes en tu cuenta, te entreguen 90, 85 o incluso 80 en efectivo. Un impuesto del 20% a tu propio sudor, a tu salario, a tu pensión.

Gisela Díaz, una jubilada de Santiago de Cuba, lo resume con rabia: recibe 2,200 pesos de pensión, pero para poder sacarlos debe pagar una “multa” que este mes fue de 330 pesos.

Lo más cínico es que, según denuncian, muchos de los que lideran este negocio son los propios empleados bancarios, quienes obtienen el efectivo con un descuento y luego lo revenden a la población desesperada. El Estado, que dice combatir la corrupción, la ha institucionalizado. Como siempre.

Vestir un santo para desvestir otro

La bancarización, lejos de ser una herramienta para ayudar al pueblo, es la última y más sofisticada forma de control del castrismo. El economista Elías Amor no ha dudado en calificarla como una forma de “represión económica” y un “corralito financiero”.

Al obligar a que el dinero pase por el sistema bancario, el gobierno puede vigilar cada movimiento, cada transacción, cada pequeño negocio. Puede rastrear, controlar y, por supuesto, cobrar impuestos. Es el sueño orwelliano hecho realidad: un Big Brother que no solo escucha tus conversaciones, sino que también revisa tu cartera.

Al mismo tiempo, esta estrategia le permite al Estado ocultar su propia y colosal irresponsabilidad: la emisión descontrolada de más de 250,000 millones de pesos entre 2019 y 2023 para financiar su déficit, un agujero negro que ellos crearon y que ahora pretenden que pagues tú, con tu dinero atrapado y devaluado.

Al final, el cuento de la bancarización se resume en una frase popular que un cubano, con la sabiduría que da el sufrimiento, le espetó a un periodista: “Desvisten un santo para vestir otro”.

Quitaron un problema de sus espaldas –la incapacidad de imprimir billetes– para vestir a la población con el manto de la desesperación digital. Cambiaron la escasez de papel por la tiranía de un código QR que no se puede escanear porque no hay luz. Sustituyeron los billetes por una pantalla que se apaga en medio de un apagón.

Ninguna medida del castrismo está diseñada para aliviar la vida del pueblo; todas, sin excepción, están concebidas para perpetuar su control, incluso si eso significa sumir a toda una nación en la más absoluta irrealidad.

La bancarización no es más que el mismo perro con un nuevo collar, uno que no pita, no se enciende y, desde luego, no tiene dinero.

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