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Por Hiram Caballero ()
En 1874, un joven estudiante alemán buscaba consejo sobre si dedicar su vida a la física. El matemático Philipp von Jolly, profesor de la Universidad de Múnich, lo desanimó con una frase lapidaria:
“Ya está todo descubierto, o casi. Solo falta aclarar algunos detalles.”
Era un juicio pesimista, propio de una época en la que muchos creían que la física estaba prácticamente cerrada, y que solo quedaba perfeccionar mediciones.
El joven, sin embargo, no se dejó intimidar. Respondió con humildad que no pretendía hacer descubrimientos revolucionarios, sino profundizar en los fundamentos ya establecidos. No podía sospechar que su destino lo llevaría mucho más lejos.
Ese joven se llamaba Max Planck.
Años después, en 1900, Planck presentó la idea de que la energía no se emitía de forma continua, sino en pequeños paquetes discretos: los cuantos. Era el nacimiento de la física cuántica, un campo que cambiaría para siempre nuestra comprensión de la materia, la energía y el universo mismo.
Lo que Von Jolly había considerado “detalles”, resultó ser el inicio de una de las mayores revoluciones científicas del siglo XX.
Planck no solo abrió la puerta a una nueva física, sino que demostró que incluso cuando todo parece ya descubierto, siempre hay fronteras invisibles esperando ser cruzadas.