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La democracia dominicana le cierra la puerta a las dictaduras

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Por Max Astudillo ()

La Habana.- En un movimiento que habla más de convicción que de casualidad, el gobierno de República Dominicana, un gobierno soberano que sale de las urnas y no de los cuarteles, decidió que Cuba, Nicaragua y Venezuela no están invitados a la X Cumbre de las Américas.

No es un capricho. Es la decisión consciente de una democracia, con sus cosas buenas y sus defectos, que elige no darle la mano a quienes han convertido la tiranía en su forma de gobierno.

Mientras en República Dominicana los ciudadanos eligen a sus líderes, en La Habana, Managua y Caracas los regímenes se mantienen a base de mentiras, represión, condenas a presos políticos y la sistemática expulsión de cualquier voz que les lleve la contraria.

La Cancillería dominicana fue clara: la medida busca «priorizar el éxito del encuentro» y asegurar «la mayor convocatoria posible». Traducción: en el hemisferio hay ya un cansancio generalizado hacia el autoritarismo, y la inclusión de estas tres dictaduras ahuyentaría a las naciones que sí respetan las libertades fundamentales.

Es un cálculo político frío, pero honesto. Reconocen, con una transparencia que envidiarían otros, que esto contradice su inicial deseo de ser anfitriones inclusivos, pero la realidad de la polarización les obliga a trazar una línea. Una línea que, no por casualidad, separa a quienes creen en la voluntad popular de quienes creen en la fuerza de la represión.

El coro de los excluidos

La reacción desde La Habana no se hizo esperar, y era predecible. El canciller Bruno Rodríguez acusó a Estados Unidos de imponer la decisión, clamando contra una exclusión que, según él, condena al fracaso la Cumbre.

Es el guion de siempre: el régimen cubano, que no permite elecciones libres en su casa, se presenta como víctima de una falta de democracia en el exterior. Es un espectáculo cínico que busca esconder su propia ilegitimidad detrás de una supuesta agresión imperial.

Lo que La Habana no dice es que fue excluida, junto a Nicaragua y Venezuela, por no formar parte del organismo que coordina la cumbre, la OEA, y por haber faltado también a la cita anterior.

Esta no es una excepción, sino la regla que se está escribiendo en la región. La pasada Cumbre de las Américas en Los Ángeles ya dejó fuera a esta misma tríada de dictaduras. Lo que vemos es un lento pero firme proceso de cordón sanitario por parte de las democracias latinoamericanas.

Y es el reflejo de un continente donde, a pesar de los problemas, países como Uruguay, Costa Rica y Chile son destacados como democracias plenas o en proceso de consolidación, y donde la ciudadanía movilizada exige cada vez más transparencia y libertades, frente al modelo fallido del autoritarismo castrista y chavista.

Dos realidades paralelas e incompatibles

La brecha no podría ser más obvia. Por un lado, República Dominicana, una «democracia imperfecta» según los índicadores, pero que trabaja por mejorar sus instituciones con las herramientas de la política. Por el otro, tres regímenes que ni siquiera aspiran a ser considerados democráticos, anclados en el siglo XX con su culto al líder, su partido único y su maquinaria de control social.

Son dos Américas: una que debate su futuro en las urnas y en foros abiertos, y otra que impone su presente a golpe de decreto, censura y miedo.

 La decisión de República Dominicana trasciende una simple no-invitación. Es un mensaje contundente que resuena desde el Caribe: las dictaduras ya no tienen un asiento garantizado en la mesa de las naciones libres.

Es la democracia, con sus imperfecciones, diciéndole al autoritarismo que su lugar está fuera. Que en este hemisferio, el poder ya no se sostiene con balas y discursos vacíos, sino con votos. Y es que, al final, la diferencia es simple: un gobierno electo por el pueblo tiene la legitimidad para tomar estas decisiones; un régimen impuesto por la fuerza, solo puede quejarse de las consecuencias de sus actos.

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