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Los hijos del privilegio rojo: herederos del comunismo y de la mentira

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- El comunismo se proclamó como doctrina de igualdad, sacrificio y justicia social. Sus líderes, con el puño en alto, prometieron austeridad, patria y moral. Pero la verdad fue otra: mientras al pueblo se le condenaba al hambre, al racionamiento y a la represión, los hijos de esos mismos caudillos fueron criados entre lujos, mansiones, universidades extranjeras y derroches de dinero mal habido. Ninguno heredó la “austeridad revolucionaria”, sino el privilegio rojo.

Basta con mirar los ejemplos: a la hija de Yasser Arafat se le calculan fortunas cercanas a 8 mil millones de dólares desviados de la causa palestina. A María Gabriela, la hija de Hugo Chávez, se le atribuyen riquezas incalculables, con cuentas y propiedades en todo el mundo; y los hijos de Fidel Castro, bajo el más absoluto secretismo, crecieron como una aristocracia paralela en una Cuba hundida en la miseria.

Estos sátrapas comunistas fueron y son una verdadera crápula de miserables que legaron a sus descendientes no ideales, sino botines.

Fidel Castro y su prole en las sombras del lujo

Mientras Fidel imponía la cartilla de racionamiento a millones de cubanos, sus hijos crecían rodeados de comodidades.

Antonio Castro, médico de profesión, se convirtió en un amante del golf y de los viajes en yates de lujo. Fue visto disfrutando en Turquía, Grecia y otras capitales europeas, gastando en un solo fin de semana lo que un trabajador cubano jamás podría reunir en toda su vida.

Los demás hijos del dictador, protegidos por el secretismo oficial, estudiaron en escuelas exclusivas y vivieron como una aristocracia paralela, a espaldas del pueblo hambriento.

Hugo Chávez y sus herederos boliburgueses

Chávez llegó al poder con el discurso del “socialismo del siglo XXI”, prometiendo acabar con la corrupción y la élite privilegiada. La realidad fue otra: su hija María Gabriela Chávez amasó fortunas descomunales, señalada por medios internacionales como una de las mujeres más ricas de Venezuela, con cuentas millonarias en el extranjero.

Mientras tanto, el pueblo venezolano hacía colas infinitas para conseguir harina o papel sanitario.

El “padre de la revolución bolivariana” dejó a sus descendientes una herencia de corrupción y opulencia, prueba de la falsedad de su prédica.

Nicolae Ceaușescu y el clan dorado

En Rumanía, Ceaușescu obligaba al pueblo a soportar apagones, hambre y represión. Sin embargo, sus hijos, especialmente Nicu Ceaușescu, vivían como auténticos príncipes en fiestas desbordadas de alcohol y excesos.

Nicu fue preparado para heredar la dictadura, rodeado de autos de lujo, joyas y privilegios, mientras las amas de casa se peleaban por un pedazo de pan en las tiendas desabastecidas.

El contraste fue tan brutal que, al caer el régimen en 1989, la rabia popular no solo ajustició al dictador y su esposa, sino que desnudó la farsa de la “austeridad socialista”.

Yasser Arafat: millones desviados, herencia en París

El caso de Arafat es emblemático. Líder de la causa palestina, hablaba de sacrificio y lucha en nombre de su pueblo. Pero tras su muerte, se descubrieron cuentas secretas con miles de millones de dólares desviados de la ayuda internacional.

Su viuda, Suha Arafat, se instaló en París, donde vivió entre hoteles de lujo y compras millonarias.

Su hija Zahwa, criada en esa opulencia, se convirtió en heredera directa de esa fortuna, disfrutando de una vida cómoda en Europa mientras, en Gaza los niños crecían entre ruinas y miseria. La supuesta lucha por la justicia escondía, en realidad, un botín familiar.

La gran farsa del privilegio rojo

De Cuba a Venezuela, de Rumanía a Palestina, el patrón se repite: los dictadores de izquierda se vistieron de revolucionarios para sus pueblos, pero de monarcas para sus familias. La consigna fue siempre “sacrificio para el pueblo, privilegio para los míos”.

La historia desnuda su hipocresía: estos líderes no engendraron herederos de ideología, sino de riqueza. Sus hijos no heredaron la lucha, sino la opulencia. Son la prueba viviente de que el comunismo y sus variantes jamás buscaron igualdad, sino levantar dinastías de falsos reyes bajo el disfraz de la justicia social.

En esa contradicción obscena —pueblo en la miseria, familia en la abundancia— yace la traición más repugnante del privilegio rojo.

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