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Es hora de parar la violencia en el béisbol cubano

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Por Fernando Clavero ()

La Habana.- El béisbol cubano, ese espejo donde debería reflejarse lo mejor de nuestro deporte, se ha convertido en un ring de violencia donde los bates ya no solo sirven para conectar hits, sino para dirimir conflictos personales.

Lo que ocurrió ayer en el estadio de Sancti Spíritus no es un hecho aislado: Eriel Sánchez, director de ese equipo, agredió con un bate al comisario técnico Miguel Rojas, dejándolo tendido en su oficina con una herida en la cabeza que requirió puntos de sutura.

La imagen del comisario sangrando es la fotografía perfecta de un deporte que ha perdido el rumbo, donde la pasión se confunde con la barbarie y donde los directores actúan como si estuvieran en el lejano oeste y no en un recinto deportivo.

Esta agresión se inscribe en una escalada violenta que viene de lejos. Recordemos al árbitro César Valdés propinándole una paliza al periodista Sigfredo Barros en el Latinoamericano, o a Michel Enríquez atacando con un bate al árbitro José Pérez Julien fuera del estadio, en un hotel. Más recientemente, aunque hace unos años, Demi Valdés atacó con un bate a Freddy Asiel Álvarez durante un partido entre Matanzas y Villa Clara. Son demasiados bates sueltos, demasiada sangre derramada en nombre de un deporte que debería unirnos, no dividirnos.

El lavado de cara

Y también son muchos los intentos por lavarle la cara a los «criminales». A César Valdés se la lavó el expresidente del INDER Humberto Rodríguez, amigo personal del árbitro, y también el silencio cómplice de todo el entramado de la prensa cubana, comenzando por el director de Granma, Frank Agüero. Callaron a Sigfredo con viajes, y todo quedó allí.

Con lo de Michel Enríquez y su ataque a José Pérez Julién, el otrora comisionado de Béisbol Carlos Rodríguez le comentó un día al periodista Héctor Miranda que ese era un caso de la justicia deportiva y no de la ordinaria, y que había que dejarlo allí.

Cuando Demi Valdés intentó matar a Freddy Asiel —y Ramón Lunar pagó los platos rotos al recibir un batazo en el rostro—, el diario Granma fue a entrevistar al matancero a su casa. El corresponsal en aquella provincia, Ventura de Jesús, casi lo pintó como un ángel, durmiendo en una alcoba por el arrepentimiento.

Y ahora, con la agresión de Eriel Sánchez, un hombre joven y fornido, al anciano Miguel Rojas, una gloria del béisbol en aquella provincia, pasa lo mismo: ya hay voceros, sobre todo en los medios de prensa de aquella provincia, queriendo lavar lo hecho por el manager. Incluso hay quienes dicen que no hagan caso a las redes y que vayan a buscar la verdad al periódico provincial o a la la emisora. ¡Infame todo!

Cerco a la impunidad total

Lo más grave es la impunidad con que actúan estos deportistas. Si cualquier ciudadano agrediera a un funcionario con un bate en su oficina, estaría tras las rejas en cuestión de horas. Sin embargo, en el béisbol cubano parece existir una justicia paralela, donde los atletas son intocables y donde las agresiones se resuelven con suspensiones temporales que no solucionan el problema de fondo. La Comisión Nacional de Béisbol está obligada a denunciar este acto ante los tribunales civiles, no basta con una sanción administrativa.

Detrás de esta violencia hay un machismo estructural que contamina nuestro deporte. La idea de que los hombres deben resolver sus diferencias a golpes, de que la agresividad es sinónimo de hombría, de que un bate puede ser un arma legítima para dirimir conflictos. Este machismo mata, destruye carreras y mancha la imagen del béisbol cubano. Necesitamos urgentemente una campaña educativa que erradique estas conductas violentas de nuestro deporte nacional.

Las consecuencias de esta violencia trascienden el diamante. Los jóvenes que ven a sus ídolos agredirse con bates aprenden que la violencia es una forma legítima de resolver conflictos. Los padres que llevan a sus hijos al estadio tienen que presenciar escenas bochornosas donde los deportistas se comportan como delincuentes. El béisbol, que debería ser escuela de valores, se está convirtiendo en una lección de incivilidad.

Es hora de decir basta. La Comisión Nacional de Béisbol, el INDER, las autoridades judiciales y la sociedad civil deben unirse para erradicar esta plaga. Cero tolerancia con la violencia, denuncia penal para los agresores, programas educativos en todos los equipos, y sobre todo, el ejemplo de que en el béisbol se gana con talento y disciplina, no con bates y golpes. El béisbol cubano merece algo mejor que convertirse en un ring de boxeo con pelota y guante.

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