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Turismo francés vs. niños sin leche: la esquizofrenia cubana

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Mientras el gobierno cubano despliega su mejor sonrisa en la Puerta de Versalles para seducir al turista francés, en la isla los niños pasan días sin probar la leche y los ancianos rebuscan en la basura. Es la misma coreografía de siempre: trajes elegantes en París, sonrisas protocolarias y folletos que prometen «experiencias auténticas» a unos europeos que ignoran que la autenticidad cubana hoy es una madre que elimina una comida al día para que su hijo pueda cenar algo.

La consejera Carmen Suárez habla de «calidez de la gente» con la misma naturalidad con la que un funcionario negaría que hay mendigos, justo antes de que una ministra fuera destituida por soltar esa misma mentira. El contraste es tan brutal que duele: ¿qué clase de gobierno invierte sus últimos recursos en vender una postal de felicidad mientras su pueblo se desmorona por dentro?

La obsesión por el turismo no es una estrategia económica; es una huida hacia adelante. Cuba necesita divisas, sí, pero la pregunta es para qué. Porque los 130 millones de euros de intercambio comercial con Francia no se traducen en leche en polvo, sino en hoteles de lujo donde los turistas disfrutan de jamón español y cinco tipos de queso mientras el cubano de a pie sobrevive con una dieta «altamente repetitiva, escasa en fibra y pobre en micronutrientes».

El régimen prioriza lo que brilla hacia fuera –esa fachada de normalidad que se exhibe en ferias– y abandona lo de dentro, como si el hambre de su gente fuera un secreto de estado que hay que ocultar a toda costa en los buffets de Varadero.

El turismo tampoco funciona

Lo más cínico es que esta apuesta turística ni siquiera funciona. Las llegadas de turistas caen un 29% en 2025 , los hoteles extranjeros tienen que importar hasta el último tomate porque en Cuba no hay forma de abastecerlos, y el propio ministro de Turismo reconoce el «deterioro de la infraestructura».

Es un esfuerzo titánico por mantener en pie un negocio que se hunde, mientras se ignora el verdadero desastre: que el 89% de la población vive en la extrema pobreza y el 94% de los ancianos sobrevive en condiciones inhumanas. ¿De qué sirve atraer franceses si el dinero que dejan no frena la hemorragia de miseria?

Mientras, en la realidad paralela de las ferias, se firman hojas de ruta y se brinda con ron Havana Club. El turismo francés, ese que está en el «Top10» de emisores, es recibido como si fuera la salvación, cuando en realidad es un parche en una herida que necesita cirugía mayor.

El gobierno cubano actúa como el dueño de un restaurante de lujo que invierte en caviar para unos pocos clientes extranjeros mientras su familia se muere de hambre en la trastienda. Y lo hace con la convicción de quien cree que su supervivencia depende de que el mundo exterior no vea las grietas.

La crueldad de la apuesta por el turismo

Al final, la pregunta no es por qué Cuba apuesta al turismo, sino por qué lo hace de esta manera tan cruelmente desigual. La respuesta probablemente esté en que para un régimen que se sostiene sobre el control, es más fácil negociar con cadenas hoteleras extranjeras que reconocer su fracaso ante su propio pueblo.

Prefieren vender la imagen de un paraíso caribeño a los franceses que garantizarle un vaso de leche a un niño en La Habana. Porque los turistas se van, pero el pueblo que se muere de hambre es un testigo incómodo que no pueden sacarse de encima.

Así que brindemos, sí. Brindemos con el cóctel de la COTAL en París  por la Cuba que el gobierno quiere mostrar. Mientras, en la isla, el verdadero brindis es el sonido de una olla vacía. Y la única «experiencia auténtica» que queda es la de sobrevivir un día más en un país donde llevar un plato de comida a la mesa se ha convertido, como bien dijo alguien, en «una cuestión heroica».

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