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65 cuernos para celebrar

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Por Oscar Durán

La Habana.- Esta semana se cruzan dos de esos episodios que cada año terminan siendo un retrato vivo de lo absurdo cubano: la votación en Naciones Unidas contra el embargo estadounidense y un nuevo aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), esa organización liderada por el cornudo de Gerardo Hernández Nordelo, un tipo que el régimen lo tiene de figurín, pero que no convence ni al más ingenuo.

Lo de la ONU es un espectáculo repetido hasta el cansancio. Los diplomáticos castristas se visten de víctimas y logran una condena casi unánime contra el bloqueo, una manera estúpida de pensar que eso resolverá un apagón, pondrá carne en la bodega o traerá un antibiótico a los hospitales. A esas resoluciones no las acompaña ningún cambio real, ni en Washington ni en La Habana. Apenas sirven para que el régimen se coloque una medalla de papel y diga al mundo que sigue teniendo “apoyo internacional”.

Pero la pregunta de fondo sigue siendo la misma: ¿qué pasa puertas adentro? El embargo es el pretexto perfecto para tapar seis décadas de ineficiencia, corrupción y represión. Lo cierto es que el país está en ruinas no por la resolución de Washington, sino por el desastre administrativo de La Habana. El embargo no creó la libreta de racionamiento, ni las cárceles llenas de presos políticos, ni la miseria que respira cada barrio. Eso es “made in Cuba socialista”.

Y si lo de la ONU es un teatro, lo de los CDR es un sainete. Fundados para vigilar y reprimir, hoy son apenas un cascarón vacío. Una organización que no organiza nada, que no resuelve un apagón ni logra movilizar a sus propios militantes. Al frente está Gerardo, un hombre que intenta reinventarse como influencer del oficialismo, cuando en realidad lo que carga es un prontuario de espía y un descrédito que no lava ni con cien transmisiones en YouTube.

Los CDR cumplen 65, la misma cantidad de cuernos que Gerardo tiene en su cabeza. Para los jóvenes significan burocracia y chivatería, para los adultos representan chantaje y oportunismo, y para la dictadura son un instrumento de control que cada vez funciona menos. Esa estructura, diseñada para aplastar la disidencia, hoy apenas sirve para repartir papelitos, organizar un acto de repudio o chivatear a un infeliz que busca poner un plato en la mesa.

Así que esta semana tendremos dos celebraciones vacías: una condena internacional que no cambia nada, y un cumpleaños de una organización moribunda. El régimen dirá que son victorias, que Cuba sigue en pie, que el pueblo resiste. Pero la realidad se impone: ni la ONU ni los CDR alimentan a nadie. Lo único que sostienen es la farsa de un sistema que hace mucho tiempo se quedó sin principios y sin credibilidad.

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