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Cenicienta al menos tenía carbón y leña

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Por Víctor Ovidio Artiles ()

Caibarién () Desde que nacemos nos atacan con el cuento de Cenicienta, interesados en que sintamos pena con la hijastra maltratada. El nombre en sí está diseñado para transmitirnos una mezcla de pucheros y odio a la madrastra y sus hijas.

Esa imagen de la pobre muchacha, toda sucia, con tizne de carbón en el vestido y en las manos es la prueba de la mala vida que llevaba.

Pero hay que ser menos idealista en el análisis, más allá de la suerte que tuvo de tener a mano un hada madrina que le resolvió la vida a partir de una noche de farra. Hay que reconocer que la muchacha, hasta donde se dice, siempre tuvo leña y carbón para cocinar.

En ninguna parte del cuento se dice que Cenicienta haya tenido que andar toda la comarca tratando de comprar carbón para cocinar y mucho menos que haya tenido que regresar con las manos vacías y las cenizas entre las piernas, como yo hoy.

Ya hubiese querido verla tratando de encender un fogón de petróleo que estuvo desahuciado por tiznón y por la falta de alcohol. En casos así, no le hubiese aguantado más a la madrastra y la hubiese arrastrado por todo el castillo.

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